Supimos después de la guerra civil y de la muerte de mi madre que ellos seguían viviendo en Matanzas, que Gervasio se casó con una chica cubana y que el primer niño que tuvieron nació con deficiencia del corazón y murió rápidamente. En 1992 mi amiga de Herstal Presentación García viajó a Cuba y por encargo mío fue al Consulado español en La Habana, donde le dijeron el año y el nombre del barco en que mi tía María había llegado a Cuba, e incluso le dijeron que era probable que Gervasio su hijo viviera todavía en la misma dirección en Matanzas, dada la precariedad de viviendas y que en cada “cuadra” o distrito hay un responsable que está obligado a tener un registro de direcciones cuando los habitantes se cambian de domicilio; yo dí estos datos escritos a Gonzalo que me los pidió en un momento que él y su amigo Jesús Quintín pensaron ir a Cuba de vacaciones.
Tía Rosario
Vivía con los abuelos, ya dije que era jorobadita ella; achacaba esto a que según ella, sus padres salían a trabajar las tierras dejándola a ella acostada sobre el banco de la vecina liada al brazo del banco para que no cayera y eso durante el tiempo que ella fue bebé; yo nunca reflexioné en ello pero creo que eso es imposible ¿y los otros jorobados que hay por el mundo? Lo que si es cierto que yo he leído que la leche de vacas enfermas, tuberculosas o de otras enfermedades del ganado vacuno pueden causar esa deformación de la columna vertebral.
Cuando los abuelos murieron primero mi abuela después de la proclamación de la República en 1931 y poco más tarde mi abuelo, la tía Rosario no pudiendo llevar ella sola el trabajo de la casa, mi padre decidió que mi madre se fuese a Lantero y que la tía viniese a Barcelona para ocuparse de nosotros; yo tenía once años e iba a la escuela; tenía mi padre por aquel entonces una tienda de tintorería en la calle de Mozart en la barriada de Gracia, con vivienda en el mismo bajo. Mi tía se ocupaba de recibir la ropa y del hogar; esto duró un tiempo que me pareció larguísimo, pues fue entonces cuando mi padre se quemó y de este accidente hablaré más adelante.Cuando mi madre pudo arrendar la casa de Lantero y mi madre regresó a Barcelona, la tía Rosario se puso a servir como interna en una “torre” o chalet cerca del Parque Güell, donde los dueños, un señor y una señora que eran hermanos, gente afortunada que tenía a su servicio una cocinera además de mi tía Rosario. Estalló la guerra civil de 1936 y me cogió en casa de mis tíos de Gera (de donde procedía mi madre) pues mis padres me enviaron allí durante las vacaciones escolares porque con mis 16 años yo comía muy poco y estaba delgada. Un tiempo antes de terminar la guerra, mi madre fue ingresada en el hospital de San Pablo, pues la tuberculosis había hecho estragos en ella, y con ese motivo mi padre volvió a llamar para con él a mi tía y a mi regreso a Barcelona en la primavera del 39 encontré a mi madre en el hospital, mi padre y mi tía en casa.A la muerte de mamá, mi tía Rosario siguió con nosotros hasta que en el 42 mi padre se volvió a casar por segunda vez y después de obligar a la tía Rosario a un arreglo de herencia (los abuelos la habían beneficiado por su defecto de constitución) la tía se marchó a Lantero donde tenía derecho mientras viviera a vivir en la casa disfrutando del producto de las tierras y de la habitación de mis abuelos y cohabitando con el matrimonio que había arrendado la casa. Cuando murió Antonia Angrill en Tineo, creo que en el 43, yo volví con mi padre a su demanda pues por aquel entonces yo tenía un empleo en Barcelona en un instituto de belleza y yo vivía con un viejo matrimonio catalán que eran muy buenas personas. Mi tía vivía en Lantero, yo me casé en Tineo en el 45 y cuando yo ya tenía dos niños, los vecinos de Lantero avisaron a mi padre para decirle que era urgente ocuparse de mi tía pues estaba bastante enferma; mi padre encontró la solución pidiéndome de albergar a mi tía, pagando los gastos que fueran necesarios y así es que la tía la trajeron de Lantero muy enferma y estuvo siempre en cama en mi casa hasta que murió poco después del corazón y con esta muerte mi padre quedó libre de vender la casa de Lantero; debo decir que ella me propuso antes de morir que llamara a un notario y dejarme sus derechos, pero yo no quise. Ella no había perdonado a mi padre el haberla obligado a un arreglo de herencia y no se habló más con él, en tanto que ella se llevaba muy bien con mi madre y la víspera de su muerte me dijo que había tenido un sueño donde había visto a mi madre al pie de su cama y que mi madre la llamaba diciéndole “Rosario ven, ven conmigo” a mi me apenó su muerte que ocurrió al caer el día. Siento no recordar la fecha pero sí recuerdo con certeza que mi padre estaba ya casado por tercera vez con Conchita.
Mis padres
No es de buenos hijos el juzgar la conducta de sus padres; pero yo desde que tuve uso de razón no he aprobado en todo la vida de mi padre. Me dejó el ejemplo del trabajo, fue toda su vida un hombre muy trabajador; él me dijo una vez que él detestaba el trabajo y que si lo hacía con saña era justamente por quitárselo de encima.Al parecer bastante joven decidió ir a Madrid a trabajar y así tratar de salir de la pobreza que veía a su alrededor; por ejemplo me tiene dicho que mi abuela les daba una zaja o loncha de tocino frito con pan cuando él conseguía matar un topo en los prados. Cuando se marchó, dejaba en Lantero a sus hermanas y un hermano con sus padres.En Madrid estuvo de aprendiz y mozo de recados en una fábrica de jabón, probablemente alojado y mantenido como era costumbre en aquellos tiempos.Un día su patrón le cargó con unas barras de jabón envueltas en un pedazo de saco (yo recuerdo perfectamente las tales barras de un metro quizás de largo y de ellas se cortaban las “pastillas” de jabón con un aro de alambre insertado en un puño de madera) y le ordenó llevarlas a casa de una señora de la nobleza española; allí se encontró delante de una residencia con un guarda uniformado en la puerta principal, el cual le hizo entrar por la puerta de servicio y le puso en un ascensor donde al salir le abrió la puerta un sirviente de color. Mi padre había oído hablar de que existían negros, pero nunca había visto a alguno. Al verse delante de la realidad de ver una persona con la piel totalmente negra, con los dientes tan blancos como el blanco de los ojos y que le hablaba, el susto fue tan grande que dejó caer las barras de jabón y bajó las escaleras corriendo sin esperar a cobrar ni a nada, y corriendo llegó a la jabonería pidiendo a su patrón que no le enviara nunca más a aquella casa, pues para hacer una comparación le parecía haber visto al diablo en persona. Como ya había teléfono el dueño se explicó con la tal señora, la cual envió un sirviente que no era negro a pagar el jabón.También me contó que un día el dueño le pidió que vigilase la cocción del jabón de una caldera, de manera a evitar que por exceso de fuego o de calor el jabón desbordara; el caso fue que mi padre se distrajo y el jabón se salió de la caldera cociendo a borbotones. Aquello no debió terminar bien para mi padre. Mi padre, como buen republicano, fue sensible a la campaña pacifista que se desarrolló en toda España contra la guerra colonial en Marruecos. Prófugo del servicio militar, consiguió de un vecino de Lantero una documentación falsa a nombre de José Bueno, nombre que guardó durante varios años.
Emigrantes en Cuba
No sé cuanto tiempo estuvo en Madrid pero debió volver pronto a Lantero y consiguió viajar a Cuba desde el puerto de La Coruña. Su primer viaje lo hizo en un barco alemán que llevaba transporte de viajeros y mercancías; mi padre viajaba en tercera como la mayoría o quizás todos los emigrantes, en unos camarotes que hoy día se calificarían de horribles con seis literas, tres a cada lado de la entrada, llenos de suciedad y de miseria, con las mantas y colchonetas quizás sin lavar de un viaje a otro; a él le dio un mareo y salió a tomar el aire a cubierta y allí sentado en el estribo de un automóvil vomitó; por desgracia se dio cuenta de ello un marinero de la tripulación que airado se volvió contra mi padre dándole una bofetada y puntapiés y arrojándole de allí; eso fue su primer contacto con los alemanes.Desembarcó en La Habana con dieciocho años de edad y trabajó en un ingenio americano de azúcar. Volvió a Asturias a los treinta y cinco años y yendo a caballo con dos amigos a una romería, hicieron una apuesta: los tres debían casarse antes que finalizara el mes y el último en casarse pagaría la comida de la boda de los otros dos. Mi padre se casó el primero, en Gera, en el año 1919.Un año después, en julio de 1920, recién nacida yo, mi padre regresó a Cuba para trabajar y ahorrar dinero y llevarnos más tarde con él. De su primera época en Cuba yo no sé nada; tres años después viajé con mi madre desde Vigo, en una travesía de dieciocho días. Sólo recuerdo vagamente de verme en barco, creo con mi madre durmiendo en un camarote de tercera con literas llenas de piojos; parece que el que más o el que menos contrajo sarna y antes de llegar a Cuba hubo gran limpieza de la gente y quizás de los camarotes pues no era cuestión de que la Sanidad cubana subiendo a bordo encontrase motivo para poner el barco en cuarentena.Vivimos en Matanzas, papá trabajaba como planchador a máquina en la tintorería “Lafflin”, propiedad de un señor americano (Los Estados Unidos tuvieron siempre grandes intereses en la isla hasta la llegada de Fidel). Había allí otro planchador como mi padre y que era alemán; hubo entre ellos una competencia feroz que terminó en desafío y pelea; el dueño les echó a pegarse fuera del taller y la pelea continuó en la calle; total, apareció un guardia y fueron arrestados y multados los dos por haber perturbado el orden público, pero no perdieron su puesto de trabajo ninguno de los dos.Allí en Matanzas vivíamos en una gran casa que tenía un gran patio interior y donde vivían otras familias; nosotros ocupábamos un bajo, las camas cubiertas de grandes mosquiteros (dado el clima de la isla o las condiciones de vivienda, había infinidad de mosquitos). En medio de aquel patio había una fuente con un grifo de agua y alrededor cada familia tenía una tinaja de madera donde las mujeres lavaban la ropa; éstas tinas estaban sobrepuestas sobre cajas o cajones de madera y mal fijadas; yo como todas las niñas me gustaba chapotear el agua y una vez encaramada no sé cómo y queriendo jugar a lavar “como mamá” lo que hice fue menear todo aquel timbeque, cayéndose la tinaja con el agua y quizás oxidados los aros que la sujetaban la tinaja se destrozó en el suelo; pertenecía a un matrimonio de mulatos y el hombre vino a casa a reclamar a mi padre el precio de la tina, que mi padre pagó por no tener conflicto con vecinos y menos con mulatos; pero al parecer cogió la correa y me pegó en las nalgas de tal manera que no me pude sentar durante varios días y le cogí tal pánico que cuando le veía venir por un lado yo me escapaba por otro.Mi padre fue siempre excesivo en todo. Me llevaba a la piscina y una vez, creyendo que quizá que yo aprendería a nadar por mi misma, se le ocurrió, poniéndome delante de él en el trampolín, darme un empujón y tirarme al agua; supongo que él se tiró detrás de mi y me sacó y que además estábamos rodeados de otras personas allí bañándose.En la única fotografía que tengo de mi madre, estoy con mis padres y mis tíos María y Martín, vestida o disfrazada pues era carnaval; curiosamente, viendo el disfraz, hoy pienso que era el mismo que en Europa ponían al bufón del rey, con unos picos y en cada pico un cascabel; y en la cabeza un cucurucho muy alto y rematado en el pico con varios cascabeles; tengo en ella una carita triste y al ver a mi nieta Lorena el año pasado noté que se me parecía un poco.De Cuba recuerdo el paso diario del vendedor de caña de azúcar verde muy dulce y jugosa por pocos centavos y también creo que vendía rajitas de coco. También teníamos en casa un fonógrafo con la marca “La Voz de su amo” en todos los discos.
Regreso a España. Madrid
De Cuba regresamos todos en 1926 porque Baldomero se estaba volviendo loco. Parece ser también que mi padre tenía poca salud, aquejado de asma, y debido a ello tuvo que regresar a España. Desembarcamos en Gijón y el regreso se hizo en pleno invierno; desde Tineo a Lantero vinimos con los equipajes en el carro de casa tirado por las vacas. En ese trayecto contraje una bronquitis crónica, aunque también es posible que fuera facilitada por una predisposición hereditaria pues es casi seguro que en aquel tiempo mamá ya tenía tuberculosis o estaba en trance de tenerla, pues se le descubrió en Barcelona en los años 29 y 30, cuando ya no tenía remedio y mi padre sufría de asma desde Cuba.Los domingos mis padres bajaban a misa y me paseaban por la carretera con un vestidito de organdí color de rosa y un sombrerito del mismo color y género, probablemente en verano. También me acuerdo que me hacían bailar en las eras, durante los descansos de la trilla, una especie de rumba cantando o coreando la canción de “La Chambelona” y quizás acompañada una vez del acordeón de Serapio, con aplausos y risas de los asistentes.Yo no sé el tiempo que eso duró; en 1927 mi padre se fue a Madrid y allí puso una taberna en una plazuela llamada de La Rinconada, cerca de la Puerta Cerrada y la Cava Baja, y por aquel entonces no lejos de la residencia del Nuncio, cuyo coche negro con chófer, sus ruedas de radios, su estribo y su bocina que sonaba “Pabú…pabú…pabú…”. Por la verbena de San Isidro se ponían mesas y sillas en la terraza y una tinaja donde se revolvía sin cesar la sangría, a la luz temblorosa de los camarones rojos que iluminaban la plaza, con una multitud bailando chotis, tangos y pasodobles..La taberna era a la vez casa de comidas. Mi madre y la tía Leonor trabajaban en la cocina que estaba en la primera planta, y abajo teníamos la taberna con su mostrador y sala de comidas. En verano o por buen tiempo los empleados municipales regaban la plaza y un día de mucho calor yo, al verlos desde la puerta de la taberna les hice signo de que echaran agua delante de la taberna; pero ellos, creyendo que se les invitaba a beber un vaso, cuando acabaron el riego se presentaron en la taberna; yo comprendí enseguida lo que pasaba y me escondí. No sé si mi padre les ofreció el vaso o no, lo que sí es seguro es que me reprendió. Allí vino a dar como aprendiz un primo mío de Gera, sobrino de mi madre, llamado José (mis tíos Paco y Aurora tuvieron siete hijos, Álvaro que fue el “mayorazgo”, Manuel iletrado, José que casó en Madrid con una chica nacida en Alcalá de Henares y Amador el último y entre ellos tres chicas Adela, Alvarina y María). Digo pues que José estuvo ayudando a mi padre en la taberna. Un día que mi padre estaba ausente, por reírse de mi me lanzó un desafío que yo no era capaz de beber vino blanco, vino tinto y otros licores y yo le dije que sí; naturalmente cogí la gran borrachera y para terminar me desafió a subir sola las escaleras; tal y como me encontraba, me caí por ellas y lo pasé muy mal hasta que lo devolví todo. Creo que allí se terminó el trabajo de mi primo José.Yo sabía leer, pero recuerdo que un señor cliente me puso a prueba el leer títulos de un periódico muy conocido, “El Sol” dejándome ver dos o tres letras de cada título y tapándome las restantes; como no supe nombrar un título en su totalidad, me sentí avergonzada y humillada.
De vuelta a Asturias. Peripecias de una niña
Aunque en Madrid vivíamos bien, mi padre se desesperaba de las horas que pasaba en la taberna, que se le antojaba una prisión y la traspasó a finales de 1928. Mamá y yo regresamos a Lantero con los abuelos y mi tía Rosario; papá se fue a Barcelona, donde encontró trabajo en la gran tintorería Aguilera, que era el apellido del dueño. Sólo pudimos reunirnos con mi padre en 1929 y en ese intermedio mi madre trabajó en la propiedad y yo fui a la escuela a Bárcena y un poco de tiempo a Sabadel, pueblo cercano a no confundir con el Sabadell de Cataluña.Bárcena era y es una encrucijada de carreteras: la que viene de Tineo pasando por Bárcena va a Navelgas y después creo que a Luarca, y de Bárcena en otro sentido parte la carretera que va a Pola de Allande y sigue a Cangas del Narcea. Además de la iglesia-monasterio había una preciosa escuela construida de ladrillo, blanqueada y de tejado rojo. Mi madre me confeccionó un vestido de algodón gris-azul de largas mangas y excesivamente largo. Esperamos en la puerta de la escuela la llegada del maestro que se alojaba “de fonda”. Era un joven de 25 o 30 años muy rubio (ya sabéis el dicho “todos los rubios tienen mal pelo”…); por tener mal pelo él lo tenía muy malo; al empezar el curso enviaba a dos zagales, los mayores, a orillas del río a cortar unas cuantas varas de avellano bien largas y durante el año les medía las costillas con ellas sin duelo alguno; en cuanto a las niñas nos repartía bofetadas a diestra y siniestra, también sin duelo. Por aquellos tiempos se creía duro como el hierro en aquello de que “la letra con sangre entra” y creo que nadie tenía piedad de nosotros o al menos así lo pensaba yo.Como digo las madres y los niños esperábamos al maestro; llegó, abrió la puerta, saludó a mi madre y mi madre me presentó diciéndole que yo ya sabía leer y contar, pero que si me lo merecía no debía andar en reparos y me “diera fuerte”. Así entré en la escuela de Bárcena. De Lantero íbamos siete niños y yo ocho; cuatro eran de casa “El Pitu”, Lulo, Avelino, Alvarina y Obdulia; de casa del Regueiro, Adelina. Mi madre era madrina de Obdulia, que era algo más joven que yo y no sabía leer bien, el caso es que un día ella recibió bofetadas del maestro por mi culpa. Leíamos un libro muy fácil; el maestro nos designaba una página diferente a cada una y nos enviaba con ella a nuestro pupitre a estudiarla y después, cuando nos llamaba a su mesa teníamos que leerla a su lado en voz alta. Obdulia que estaba sentada cerca de mí volvió con su lección interrumpida en la palabra “moro” donde yo había señalado a Obdulia que tenía que leer “mozo”. Cuando Obdulia fue a la mesa del maestro terminó leyendo “mozo”, lo que le valió una torta; aunque el maestro le dijo que rectificara y tuviera en cuenta el sentido de la frase, la pobre, que se fiaba de mi, volvió a insistir en “mozo” y recibió unas cuantas más. Regresó a su pupitre y llorando me dijo que no era “mozo”. El maestro se dio cuenta de nuestro tejemaneje y me llamó a su mesa. Cometí el mismo error y dije “mozo”, porque no había prestado atención al contexto de la lectura anterior. Entonces el maestro escribió en la pizarra la palabra “moro” y la palabra “mozo”; me las hizo leer y sólo entonces comprendí mi error. Él se descompuso de cólera pues comprendió que la culpa había sido mía y mientras me abofeteaba gritaba que allí el único maestro era él. El caso es que Obdulia y yo estuvimos llorando largo tiempo en nuestros pupitres.De aquel entonces os diré lo siguiente; ocurrió que nuestra vecina la “Corrala”, una mujer sola que vivía en la casa más apartada del pueblo por el camino de la bolera; era una pobre mujer que no tenía marido pero tenía dos o tres hijos de padres desconocidos; tuvo otro bebé en las mismas condiciones y recibía la ayuda de los vecinos que le tenían compasión., llevándole toda clase de alimentos, carne de cerdo curada, miel, azúcar, chocolate, gallinas, café y otros productos. El caso es que nosotros los críos del pueblo sabíamos todo esto y alguien entre nosotros tuvo la idea de que podíamos comer cosas buenas que sólo gustábamos en rarísimas ocasiones en todo el año, yendo a robarlas a la “Corrala”; los mayores cogieron una escalera muy larga de las que se apoyan contra un peral, y con ella nos fuimos todos en ausencia de la pobre mujer a su casa por la parte de abajo donde estaba el corredor o galería abierta; apoyaron la escalera contra la pared y subimos todos por allí. Recuérdese que en aquella época la gente si salía de casa sólo cerraba la puerta de entrada con una gran llave, que escondían debajo de una piedra, en el corral o la guardaban las mujeres en la “faltriquera”, pero dentro de la casa nada quedaba cerrado con llave. Por el corredor nos adentramos en su habitación, donde ella tenía un arca, donde encontramos todo cuanto había recibido de la gente; nos apropiamos del chocolate, la miel y el azúcar, todas las golosinas, y huimos como ladrones que éramos.Como comprenderéis la pobre mujer entendió enseguida por lo que le faltaba quienes eran los ladrones y se fue a quejar a todas las casas. Mi abuela la recibió y me hizo salir para que la oyera; como culpable agaché la cabeza; mi abuela la hizo esperar y se fue al hórreo y bajó con un buen pedazo de tocino y se lo dio en compensación por el robo sufrido. Yo comprendí que dándole aquel pedazo de tocino era privar a la familia de ello, con lo cual mi abuela dio cuenta a mi madre y a todos; no os digo la friega que recibí de las dos, de mi abuela y de mi madre cuando regresó de trabajar la tierra; luego en la pizarra yo llevé escrita la frase: “castigue a Lucina por haber robado”. Aquel robo debió saberse a dos leguas a la redonda porque los niños de otros pueblos nos esperaron a la salida de la escuela y nos gritaban “¡ladrones…ladrones…!”El maestro en pie al lado de su mesa nos fue llamando uno por uno a las zagalas; por encima de la camisa nos pegó buenas “flisguadas” con la vara de avellano; a las niñas bofetadas y golpes de vara en las manos; yo que fui la última creo que de ver los llantos de las otras me oriné desde mi pupitre por el pasillo hasta la mesa del maestro, quien preguntaba a cada una lo que había robado. Cuando llegó mi turno, llorando le dije que había comido uno o dos puñados de azúcar, aunque recibí tanto como las demás. Era un sujeto nervioso, colérico y quizás de mal carácter, al menos así le recuerdo. También es verdad que éramos medio salvajes por nuestra ignorancia.Otra vez me escondí en el bosque que había antes de llegar a Bárcena porque esa mañana tocaba dar las cuentas de multiplicar que yo no comprendía, y allí escondida me dije que cuando oyera tocar las campanas serían las doce de mediodía y así podría volver tranquila a casa a comer y dar el timo a mi abuela. El caso es que desgraciadamente para mí las campanas sonaron a las once o en todo caso mucho antes de mediodía por una misa de funeral por algún muerto de la parroquia y no supe distinguir el toque por que los toques no sólo eran de horas sino de distintos sonidos según el acto que anunciaban. Volví a casa tan contenta y mi abuela se sorprendió y me preguntó porque regresaba tan temprano. Le contesté con aplomo que ya eran las doce y le pregunté si no había oído las campanas. Me respondió que las había oído pero que habían tocado por un funeral. Así fui descubierta y denunciada al maestro, con lo cual las bofetadas redoblaron en las dichosas cuentas de multiplicar.Otra vez sentada en el bosque en el camino y llorando me encontró el viejo vecino “Moreno Pachón”, Francisco de su nombre, pues en Asturias los Franciscos son de niños “Pachín” y de mayores “Pacho”. Me preguntó qué hacía allí y por qué lloraba. Le dije que acababa de salir de la escuela y que el maestro me había pegado por las cuentas de multiplicar. El hombre me miró la cara y comprobó que era verdad, pues la tenía señalada de la mano del maestro y me dijo para consolarme que en efecto ya pasaba de la medida y que si él se encontraba en Bárcena en la taberna de “Angelito” le iba a decir dos palabras.No quiero pasar por alto el hablaros de este vecino, dueño de una buena casa de labranza del pueblo, al lado de la casa de “Maruxo” donde nació Serapio. Era viudo, y vivía con un hijo único muy feo, también llamado Francisco, que era casado, y con su nuera que se llamaba Teresa, ellos tres muy buenos y grandes trabajadores. Moreno Pachón era también el dentista del pueblo y de todos aquellos que acudían a él Su material lo tenía en un cestito cubierto con una servilleta y colgado de una viga alta con una cuerda que él enrollaba y desenrollaba para subir o bajar el cesto. El paciente se sentaba en una silla y sin desinfección ni nada para dormirle la boca le sacaba la muela. Y esto es como os lo digo.Mi suplicio se terminó cuando un día después de la clase el profesor me retuvo y allí a solas me entregó un sobre cerrado con el encargo de que se lo entregara a Adelina de Regueiro, nuestra vecina inmediata, la cual era la mayor de todas en edad y por ayudar a su madre y al trabajo de la tierra sólo iba esporádicamente ala escuela. Durante un tiempo corto hubo un carteo entre los dos y yo fui el cartero; digo corto porque los otros niños no eran tontos y enseguida sospecharon de mi papel de Celestina. Una tarde a la salida de clase un grupo de ellos me esperaron al otro lado del puente y rodeándome me exigieron que les diese la misiva que llevaba; me resistí y se abalanzaron sobre mí y me la cogieron. Al día siguiente los denuncié al maestro, el cual les dio su merecido por haberme agredido y por la rabia de haber sido descubierto; yo saboreé mi venganza.Adelina cortejó tiempo después con un joven que volvió de Buenos Aires a visitar a su familia en Asturias; se casó con él y se fueron a vivir a Buenos Aires y allí en una huelga o manifestación una bala perdida la mató en plena calle. En la casa de Regueiro quedaron sus padres, Eduardo y Consuelo, más dos varones que volví a ver cuando regresé a Lantero para dar a luz a Gonzalo, y que ya eran dos grandes mozos.Entre mis siete y ocho años fui a la escuela de Sabadel, enclavada a orillas de un camino en el mismo bosque que lindaba casi con nuestro monte por lo alto y a la izquierda o en todo caso muy cerca, sólo recuerdo que era también un maestro y que yo ya sabía leer bastante bien o en todo caso mejor que los otros niños de mi edad.