hojas tiernas y tuero largo) de estas hojas se hace todo el año el potaje asturiano con patatas y la carne del cerdo, tocino salado, chorizo y morcilla. Otros dos portillos con paso para el carro daban, el uno a la huerta pues del portillo partía un camino que bajando terminaba con otro portillo y éste último cerraba la propiedad dando paso o salida al camino vecinal en dirección de la casa de “Regueiro”, nuestro vecino más próximo. El tercer portillo del corral estaba a la izquierda saliendo de la casa (al mismo nivel que el portillo del prado) y cerraba el corral por encima del hórreo con paso para el carro dando al camino que nos llevaba a Troncedo, el pueblo más próximo.
La cocina
El lar o cuadrado hecho con ladrillos refractarios, sobreelevado como de un palmo del nivel del suelo y donde se mantenía el fuego de leños; del techo y atravesando el “cievo” pendía una cadena en la cual se colgaba el pote de hierro donde se cocía el potaje diario y también la caldera de cobre donde se preparaba la comida de los cerdos o calderas de agua caliente para la colada de la ropa o el agua hirviendo de la matanza del cerdo; estas cadenas hechas de anillas planas se llamaban o se las llamaba siempre las “gamayeras” o gamalleras (yo desconozco el origen de esta palabra).
Formando cuadro alrededor del lar (esta palabra debe quizás venir de los romanos que para ellos representaba el hogar) había bancos de madera de alto respaldo y donde la familia se sentaba de cara al fuego; mi abuela servía con la garcilla el potaje en escudillas, daba a cada cual la suya y comíamos sentados con la escudilla en la mano; a mi abuelo Baldomero había que servirle el primero por respeto y porque quería la comida casi hirviendo; mi abuela decía de él que tenía el paladar de “hojalata”.
La cocina servía también de ahumadero pues del entresillado de fuertes varas de avellano (llamado “cierro”) en lo alto de todas las cocinas de lar se colgaban los embutidos de cerdo y cuanto fuese para ahumar; se empleaba para ello leña algo verde que al quemar produce mucho humo. Encima de un trípode de hierro se ponían las sartenes con todo lo que fuese para freír, fuere carne o tortillas, “freixuelos” las “fiyuelas” u hojuelas hechas con la sangre de cerdo mezclada si bien recuerdo con harina; como también los cazos para hacer el café o las tisanas y la chocolatera cuando se hacía chocolate, debo decir que estas dos cosas eran un lujo; sólo se hacían los días de mucha fiesta o para alguien que estaba doliente o para la gente o familia que venía de visita o para los hombres que venían a matar el cerdo o a desratizar el tejado del hórreo o ayudar a la siega del trigo o de la yerba.
No se pasaba hambre alguna pero era un lujo el comer mantequilla o freírse un huevo pues eran artículos que se llevaban a vender al mercado de Tineo distante de diecinueve kilómetros, para con ese dinero pagar contribuciones, comprar la tela para vestirse o pagar al telar que con la lana de oveja nos hacía la sarga para los escarpines (calzado interior que se pone por encima de la media que montando por encima del tobillo es muy caliente para el invierno calzando madreñas. Es curioso porque la palabra sarga viene del latín, que denomina tejido de seda, pero que en toda Asturias es un fieltro espeso y fuerte de gran duración y que nuestras mujeres de la aldea la traen por metros (la antigua medida que yo conocí, por varas) y confeccionan ellas mismas los escarpines para todo el invierno.
Yo recuerdo a mi abuela recogiendo la paja del lino con una máquina rudimentaria para cardar, hendiéndola a lo largo hacia ella como hilos llevándolos al telar de donde volvía hecha tela de lienzo de un color crudo y que en un principio rasca la piel, luego a lo largo de lavaduras se vuelve muy blanca y más suave y mis abuelos siempre usaron la ropa interior de lino que es por cierto muy duradero y las sábanas.
El café, el vino y todo lo que no se producía en casa lo íbamos a comprar a Troncedo o a Bárcena donde en cada uno de esos pueblos había una taberna-comercio donde se vendía de todo. El café se compraba por pequeñas cantidades como cien gramos por ejemplo y lo envolvía el tendero en papel de estraza el cual se guardaba para con cera limpiar la plancha o empleado también para poner cataplasmas cuando se cogía un fuerte catarro; a propósito de la plancha yo la conocí en nuestra casa que funcionaba con brasas de carbón en su interior.
En la parte izquierda y al fondo estaba el horno donde se cocía el pan, las empanadas y se turraba el maíz introduciendo en él las mazorcas sueltas y desgranándolas después para llevar el grano al molino. El horno se calentaba hasta ponerlo al rojo y después blanco con grandes cantidades de matorral espinoso y seco traído del monte y cortado con una “serpe” en pleno verano y una vez cortado dejado secar en el mismo monte y una vez seco cargado con grandes palas de dientes en el carro y puesto a cubierto en el corral debajo del hórreo y disponer de ello durante el año; el trabajo de cortar matas es penoso y en cierto modo peligroso pues el que más o menos salíamos con las manos heridas por las espinas o con espinas en ellas lo que es ya doloroso. Con estos matos más leña bien seca era como mi abuela y mi madre calentaban el horno; luego con escoba de helechos verdes y un garabato o rastrillo sin dientes se barrían los carbones y una vez limpio el horno se introducían en él las hogazas amasadas, una vez dentro se cerraba el horno con una chapa de latón, contra esa chapa creo se ponía una piedra para que no se cayera o para que estuviera bien apoyada y ya no se tocaba hasta el fin de la cocción; una vez cocido el pan se sacaba con una gran pala de madera (quiero decir que tenía esta pala un mango muy largo) como la que todavía usan hoy los panaderos.
El pan que se comía era de centeno y trigo mezclados y también se hacía pan de maíz llamado “boroña” y los años de mala cosecha el pan era de centeno bastante negro y amargo, debo decir que es sabido de todos que la mejor harina es la del grano molido en los antiguo molinos de agua. El maíz se reserva en su mayor parte como alimento de los animales, gallinas, cerdos, en grano y en harina como pienso también al ganado vacuno y añadido a la comida que se hacía en la caldera para los cerdos; el grano bien fuese trigo, maíz o centeno se vendía cuando era absolutamente necesario obtener dinero, por “celemines”, midiéndose el peso con un recipiente cuadrado de madera; por esta misma necesidad se vendía algún jamón a 5 pesetas el kilo, como también alubias, mantequilla y huevos; con lo cual de estos artículos nos veíamos privados algunas veces en años de mala cosecha. De la harina de maíz guardo el recuerdo de buenas escudillas de “papas”, cocidas con agua y sal y servidas con leche al desayuno y sobre todo riquísimas cuando la harina era de maíz turrado en el horno.
Como dije anteriormente explicándome sobre el cuadro formado por la cocina debo añadir que entrando directamente de fuera a la pared izquierda estaba arrimada la “masera” o mueble antiguo donde se amasaba la harina para hacer el pan; en ninguna casa de aldea faltaba este mueble precioso, en ella se guardaba en una escudilla de madera la levadura, fabricada con un resto de masa y un gran puñado de sal, y tapada con una hoja de berza hasta la próxima vez que se volvía a hacer pan.
Al fondo y detrás del alto respaldo del banco había un espacio donde existía un corrillo donde se guardaba un ternerillo cuando lo había y que sólo se soltaba y guiaba a la cuadra cuando era la hora de mamar y acto seguido se le volvía a hacer subir de la cuadra al corrillo para que no estuviera tirando de la ubre de su madre todo el día; se le hacía subir y bajar atravesando la cocina por una rampa que existía justamente entre la puerta de afuera y la puerta de la cocina; en esa misma rampa había una escalera de piedra que iba hasta el desván donde se guardaba la yerba.
Del corrillo y siempre detrás del respaldo del banco existía una pequeña escalera de madera que conducía también al desván y a la izquierda a una pequeña habitación que era el dormitorio de mis abuelos, amueblado tan sólo con la cama y un arca donde guardaban la ropa, pues nunca vi en casa un armario ropero ni supe en el pueblo que alguien lo tuviera; por esa escalera se subía al desván donde se guardaba o almacenaba la yerba para sustentar el ganado vacuno todo el invierno, mejor dicho casi todo el año. El desván era grande con una gran ventana que daba a la huerta o parte baja de la casa, por donde desde el carro estacionado debajo de la ventana echaban a lo alto con grandes palas la yerba hasta el desván donde había dos personas o más para cogerla e ir colocándola y pisándola hasta que llegaba al techo y estas personas os digo que tragaban polvo bastante pero si era buen año de yerba todo el mundo estaba contento pues sabían que los animales estarían a salvo de pasar hambre.A un lado de este desván se había cerrado con madera un espacio que servía de habitación dormitorio a mi tía Rosario que era pequeñita y jorobada; del desván por esta parte ella tenía salida y entrada a la escalera de piedra de origen de la casa, como existían en todas las casas de aldea de Asturias; esta escalera desembocaba al espacio que existía entre la puerta de entrada de la casa y la puerta de la cocina con una rampa a derecha de ésta que daba acceso a la cuadra del ganado vacuno por donde dije que subían y bajaban al ternerillo.
Con el dinero que mi padre ganó en Cuba, a donde emigró dos veces, se edificó y amplió la casa con un ala de nueva construcción de piedra y ladrillo, con las paredes obradas y blanqueadas por dentro, que prolongaba la casa siempre del lado de la huerta y a la derecha de la entrada del corral, viniendo de Troncedo, y después del hórreo pero unida completamente a la casa o construcción antigua; este ala sólo comprendió por debajo la cuadra de los cerdos y en el piso una gran pieza con un gran corredor o galería abierta dando a la huerta con gran vista sobre San Pedro y otros pueblos de la colina del otro lado del río Bárcena y a la derecha de la entrada dando cara al hórreo un balconcito con dos puertas con cristales desde donde se veía la casa de Regueiro nuestro vecino, la salida al corredor estaba cerrada por una buena puerta de madera. En esta pieza dormíamos todos es decir mis padres en su cama de matrimonio y yo en la mía, creo que había un arca, una mesa y quizás unas sillas. En Cuba teníamos un gramófono “La voz de su amo” pero no recuerdo haberlo visto en Asturias.
Dicha pieza servía de sala de baile en las fiestas y de sala donde se depositaban las mazorcas de maíz cuando venían de la tierra y allí se desarrollaba su “esfoyaza” con vecinos y vecinas que venían a deshojar las mazorcas (en asturiano “panoyas”) y hacer riestras larguísimas trenzadas con paja y que dos o tres hombres fuertes las llevaban a cuestas a colgarlas a secar en la baranda del hórreo o panera. Esa reunión es de gran tradición pues da lugar a un encuentro donde se habla de todo, se cuentan cuentos, se gastan bromas, se aprenden novedades o noticias de otros pueblos o gentes; se toma el que quiere unas copas de anís, de café o lonchas de tocino con pan de “boroña” todo ello en gran cordialidad.
El hórreo
Esta edificación es muy propia de Asturias y creo de Galicia. Es una edificación cuadrada completamente de madera con corredor o galería abierta todo alrededor y sostenida por pilares o “pegoyos”, sirve de granero donde se guarda la cosecha del año y la carne de cerdo salada o ahumada; está pues en altura con tejado de tejas; a él se sube por una escalera de piedra. De la baranda o corredor se cuelgan todo alrededor como dije las riestras de maíz durante varios meses.
Los extranjeros desconocen por completo de qué sirve esta original edificación y por ejemplo monsieur Cariaux y su esposa, vecinos de Lieja, creyeron al principio que se trataba de una especie de túmulos hechos en memoria de los muertos.
Nosotros lo teníamos dentro del espacio del corral; debajo de él se guardaba el carro, el arado y otros aperos de labranza, más la roza o los grandes espinos de alumbrar el horno.
El carro asturiano es indispensable en todas las casas; es alargado, triangular y con dos ruedas montadas sobre el eje; éstas son de madera y cercadas de un fuerte y espeso aro de hierro, yo creo que no se diferencia mucho del antiguo carro de los romanos.
Del tiempo de los romanos era también el arado llamado en bable “llabriego” siempre tirado en un extremo por dos vacas o bueyes, en su parte trasera por lo bajo una cuña de hierro que abre el surco, con un mago alto que el labrador agarra llevando la dirección de él y apoyando con fuerza para al mismo tiempo profundizar lo necesario para enterrar el grano. Delante va una persona mayor o bien un niño guiando las reses encorreadas al yugo con una guiada en la mano. El labrador detrás lleva también una guiada que pone debajo del brazo cuando las dos manos están ocupadas a forzar sobre el arado. La guiada como dice la palabra sirve de ayuda de guiar el ganado es un palo delgado de avellano y en la punta una punta de clavo incrustado en ella con la cual se pincha ligeramente a los animales para que aviven el paso.
En Asturias llamábamos la “grada” a la parrilla de madera cuadrada llena de picos o dientes de hierro que sirve a revolver la tierra en superficie. La azada es la herramienta de agricultura que sirve para cavar la tierra muy dura o volcar un espacio de la pradera o bosque para convertirlo en tierra de cultivo. Es pesada y en general manejada por los hombres. Más ligera es la pica que nos servía para la labor de sallar la tierra cuando ya la semilla ha fructificado fuera de la superficie y que hay que expurgar la frágil planta de las malas yerbas. La hoz (del latín falz) es de hoja corva y pequeña para manejarla a mano inclinándose y así segar el trigo a ras de tierra.
La yerba de otoño se segaba con la guardavía, gran cuchilla corva encastrada en un palo y manejada más bien por el hombre, pero lo cierto es que he visto a muchas mujeres que porque eran viudas y todavía con niños manejaban la guadaña, el arado y otras herramientas pesadas. El “rozón” sirve a segar la “roza” o maleza del bosque tiene la cuchilla más corta y más recia y también corvada.
Estos eran en su mayor parte los utensilios de que disponíamos desde tiempos inmemoriales y con los cuales yo he trabajado en casa de mis tíos de Gera durante la guerra civil del 36 al 39. No conocíamos los tractores, aunque en Asturias que es montañosa, hay mucha agricultura que todavía se hace a mano.
La vida era pobre, el precio de los productos muy bajo, el que podía vender un ternero, oveja, vaca o cerdo en el mercado o feria era quizás el que podía tener algo de dinero en reserva. Como edificio, la mejor casa del pueblo era la de nuestro vecino de la derecha Eduardo “Regueiro” porque descendiente de un abuelo o antepasado médico; otra casa más pequeña, blanca y bonita en el fondo del pueblo era la del “Cardoso” porque Baldomero el dueño era carpintero. Vivía con su esposa Laura y no tenían hijos tenían y tuvieron incluso después de la guerra un joven ahijado llamado también Baldomero pero todavía lo conocí como “Merín”.
La familia de Lantero
Mis abuelos tuvieron que yo sepa cinco hijos. Mi padre Manuel e Higinio como varones más tres hijas, María, Leonor y Rosario. Mi padre, Manuel, hombre guapo y de buena talla fue el primogénito o “mayorazgo” (palabra que según el diccionario es una “institución destinada a perpetuar en una familia la posesión de ciertos bienes a favor del hijo mayor”, es decir que desde un principio fue ya predestinado a heredar el patrimonio familiar dando una dote a cada uno de sus hermanos, quedándose él con la casa y tierras y teniendo que salir los otros de ella.
Mi abuela María
Siempre vestida de negro con sus largas y anchas faldas llamadas “sayas” (vestidura de talar antigua) con su corpiño de largas mangas de pañoleta cruzada por delante y atada por detrás ala cintura y su pañolón negro en la cabeza, no recuerdo haberla visto nunca sin él. Ella era la autoridad de la familia; la recuerdo siempre seria y de pocas palabras.
Mi abuelo Baldomero
Fue nacido en el pueblo o aldea de Folgueras en la casa de la “Norta” situada esta aldea del otro lado de la vertiente del río Bárcena. Él fue de joven a Madrid, al parecer en diligencia hasta Oviedo. En Madrid tuvo dos oficios, primero de aguador subiendo cántaros de agua a los pisos y así ahorrando penosamente algo de dinero pudo comprar más tarde una plaza de sereno, con el dinero que ganó en sus años de sereno y vendiendo a su vez su plaza a otro volvió a Asturias y bajando a misa a Bárcena conoció a mi abuela. Como no era mayorazgo tenía que casar fuera y se arregló de cortejar a mi abuela que ella era hija única y por lo tanto heredera. El dinero de mi abuelo, ahorrado en piezas de oro, influyó fuertemente en los padres de mi abuela que sólo vieron el poder de comprar tierras, bosque o prados y enriquecer así la propiedad. Mi padre dijo alguna vez, por haberlo oído decir por la gente de la edad de mi abuela, que ella quería a un joven carpintero de Olleros, pero sin dinero, con lo cual y seguramente arreglado por los padres de ella, mis bisabuelos, tal y como todavía se arreglaban en 1936 muchos matrimonios de los pueblos y así dicho también por el párroco que los casó en Bárcena que “nunca había visto a una desposada en el día de su boda llorar tanto como mi abuela”. Después de tener cinco hijos más no sé en que año, mi abuelo al parecer tenía un caballo con el cual iba y venía. Una noche de fuerte tormenta regresando de Lantero y atravesando el puente de madera del río Bárcena (yo conocí ese puente atravesándolo todos los días para ir a la escuela y todavía era de madera) cayó un rayo o chispa muy cerca de allí y el caballo se desbocó saltando al río; la gente los encontró entre las piedras al día siguiente; mi abuela no murió pero quedó del golpe en la cabeza ciego y muy disminuido del brazo izquierdo y de aquella bastante trastornado pero no agresivo. Recuerdo que sostenía con dificultad la escudilla de su mano izquierda; al caminar se acompañaba de un bastón o muleta pues a su edad y quizás a causa de su accidente era necesaria pero no recuerdo que cojease; no trabajaba, estaba en casa o alrededor de casa, pero conociendo los caminos se desplazaba bastante lejos por caminos y senderos y creo que iba incluso hasta su pueblo de Folgueras.
De su locura pacífica nos puso motes a todos. A mi padres le llamaba “Quijote” pues decía que si fue a Cuba, a Madrid o a Barcelona era porque corría tras de quimeras; a mi abuela la llamaba “Vizcaína” pues ella se imponía a él y le llevaba la contraria; a mi madre “Sangre blanca” pues ella no se metía en nada; de los motes a mi tío Higinio y a mi tía Rosario si les puso no lo recuerdo; a mi me llamaba no sé por qué “Pañolito blanco” y a mi prima Marina, hija de la tía Leonor, y un año más joven que yo, la llamaba “Faragueyas” (miga de pan o pan desmigado) mi tía María vivía en Cuba y la tía Leonor en Madrid.
Mi abuelo para mi era todo un personaje con su barba, vestía cuando salía una capa española negra de buen paño y un sombrero de fieltro; la capa al igual que el sombrero eran piezas traídas de Madrid. En Asturias nadie absolutamente nadie tenía esas prendas o vestía así, los hombres todos se cubrían la cabeza con boinas excepto él. Tenía mi abuelo un gran tino o sentido de la orientación, caminaba de día pero incluso de noche sin perderse; yo fui una vez (cuando nació Gonzalín) con él en brazos a Folgueras cogiendo el coche de línea en Troncedo y al llegar a Folgueras, pueblo que no está a orilla de la carretera, me perdí con él en brazos por los bosques antes de dar con las primeras casa (fui respondiendo a la invitación de un primo o pariente llamado David el cual cuando yo dí a luz vino a Lantero a traerme buen regalo de productos de su casa (como de costumbre era hacer con las parturientas) y creedme estaba distante; pues bien mi abuelo iba y venía de Folgueras a pié. Cuando yo le preguntaba- “Abuelo ¿a dónde vas?” me respondía: “por el mundo, nina, por el mundo”- y así iba mi abuelo por caminos y senderos con su capa, su muleta y su sombrero, como lo que era, todo un personaje. Tengo que añadir que en ausencia de mi padre que se encontraba en Madrid, fue mi abuelo quien me enseñó el silabario y el abecedario, y eso a mi me maravillaba pues yo no comprendía como él siendo ciego sabía cuando yo me equivocaba. Recuerdo haber tenido en mis manos una antigua fotografía donde estaban mis dos abuelos, esa fotografía debió ser hecha quizás en Navelgas cuando fueron a firmar testamento, y hecha en verano pues mi abuelo aparecía con pantalón y chaleco de mana en mangas de camisa, ya calvo y con una guía en la mano derecha y a la izquierda de él mi abuela.
Mi tío Higinio
Más joven que mi padre y algo más bajo de estatura pero más fuerte; yo le conocí ya loco; la mayor parte del tiempo su locura era pacífica, le daba por rezar; eso sí no importaba cuándo ni dónde; labrando una tierra paraba el arado, mandaba con una voz parar las vacas que lo arrastraban al mismo tiempo la persona que guiaba el ganado delante tenía que parar también y él como la cosa más natural se arrodillaba en la tierra y rezaba o murmuraba con sus manos cruzadas; luego se levantaba empuñando el arado y la labor continuaba pero al parecer tenía momentos de cólera y yo recuerdo dos de ellos; el primero sucedió en el tiempo de recoger las castañas; nosotros teníamos un bosque de castaños llamado “La Ferreirona” que lindaba con el prado encima de casa, en ese mismo bosque y hecho con grandes piedras había un círculo llamado “corra”, cerco alto de un metro donde se depositaban todos los erizos que tenían castañas dentro y que caían al suelo porque los hombres subidos a los árboles con grandes varas sacudían las ramas y nosotras las mujeres con grandes pinzas de madera recogíamos los erizos y en grandes cestos llamados “maniegos” los arrojábamos dentro de la “corra” pues un cerco en asturiano se llama una “corra” (el diccionario explica terreno cercado) se cubren después de ramas y de helechos y se dejan un tiempo hasta que se pudren los erizos y ya es fácil quitar unas piedras, entrar en el cerco y recoger las castañas sin pincharse; en cestos se trasladan las castañas al hórreo y se reservan para alimento de la gente y de los cerdos durante el invierno. Como ya expliqué para subir al hórreo existían unas escaleras de piedra y del último escalón que está formado por una gran piedra plana a la entrada del hórreo hay una altura como de un metro y que está hecho expresamente para que ningún animal pequeño o grande, sobre todo los ratones, no pueda introducirse. Estábamos pues un día todos empleados en ese trajín y yo pequeña como era (creo tendría entre 6 y 7 años y también llevaba mi cestito de castañas) al saltar del hórreo a la piedra con mis madreñas herradas con los tacones de clavos protectores para que la madera no se use, hice ruido en el momento en que mi tío posando su carga estaba arrodillado en un escalón rezando. Interrumpida o perturbada su atención tuvo un arranque de furor y así fue que me cogió al parecer por la garganta como para ahogarme y sólo debí mi salvación a mi madre que venía detrás de él con su carga que tiró al suelo y se abalanzó sobre él gritándole fuertemente; en un momento todos estuvieron allí y le hicieron salir del corral; pasé un buen susto y estuve alerta, alejándome de él sobre todo si le veía rezando. La segunda vez, estaba cortando leña en el corral para uso de la cocina cuando fue interrumpido en su rezo por mi pobre abuelo que salía o entraba en ese momento y al parecer mi tío quiso servirse del hacha contra su abuelo; ello fue sabido por los vecinos, los cuales insistieron hacia nuestra familia para que fuese internado; se lo llevaron primero a Tineo y luego a Oviedo y después de pasar exámenes médicos le internaron en el manicomio de La Cadellada para siempre. Allí, cuando vivíamos en Oviedo, mi padre nos llevó a mi y a Manolito a visitarle; lo primero que nos dijo el enfermero fue que por aquel entonces él se había enfadado con una monja a la hora de la comida y airado le lanzó la escudilla a la cara rompiéndole la nariz a la pobre. Fueron a buscarle y muy tranquilo estuvo conversando con mi padres; a mi me confundía con mi prima Marina; el enfermero hablaba con Manolito y le invitó a ver por allí el interior del edificio (tengo que decir que el enfermero vestía de blanco y llevaba un gran llavero colgado de la cintura) el enfermero se alejó por el pasillo con el niño cogido de la mano, pero cuando el chiquillo vio el gran manojo de llaves y el manejo del enfermero al tratar de abrir la primera puerta Manolito empezó a gritar y llorar y querer volver hacia nosotros; el enfermero le soltó y el volvió hacia nosotros corriendo. Creo que el niño tuvo la intuición de que aquél edificio no era normal. Cuando la guerra civil hubo mucha lucha en aquel lugar llamado La Cadellada (fue allí en una noche de batalla, en los primeros días de la guerra, Gonzalo mi marido se pasó del campo de los “nacionales” al campo de la República, lo que más tarde le valió su pena de muerte) y durante la guerra los alienados todos fueron trasladados a Corias, cerca de Cangas del Narcea, donde había un convento. Desde entonces ya no supe más nada de mi tío Higinio.