Mis primos de Gera
Álvaro, el primogénito, hizo el servicio militar en 1929 y pasó por Barcelona en maniobras. Estaba destinado en la Marina con base en El Ferrol, así que en el 36 debía tener veintiocho o veintinueve años, soltero, de buena talla, y que llevaba el trabajo fuerte de la casa con su hermano Manuel. Este era más fuerte y más bajo de estatura; el tercero de los varones, Gervasio, residía en Madrid y solo vino a Gera a reclamar a sus padres la totalidad de su herencia después de la guerra, pues estaba arruinado, vivía de “estraperlo” y tenía dos hijos pequeños que conocí en Madrid más tarde. El cuarto de los varones fue Amador, un zagal de unos diez años que, como suele suceder en muchas familias, por ser el último era el mimado de su madre. Adela era la primera de las chicas; tenía veintiséis años pero estaba muy ajada por el trabajo, no era guapa ni de buen tipo, aunque seria y hacendosa; Alvarina, de mejor estatura que Adela, era de carácter más vivo pero tampoco era guapa; ninguna de las dos tenía buen tipo, eran completamente labradoras; la tercera, María, de trece años, tenía un tipo más fino, era más guapa y más alerta que las otras dos. Ninguno de ellos había terminado la enseñanza primaria y durante la guerra me enteré que Manuel era analfabeto. Cuando había algo que escribir, era yo quien lo hacía, tanto para ellos como para otros vecinos del pueblo.
Álvaro quedó por su edad en reserva; Manuel fue llamado a filas, fue camillero, herido en la batalla del Ebro y hospitalizado en Zaragoza; le había entrado una bala en una nalga y no se la sacaron, pensando que era mejor dejarla; el caso es que estando en convalecencia en Gera, un día guardando las vacas en un prado dio voces y el médico del pueblo le sacó la bala por la ingle; el pobre, cuando vino una vez de permiso venía cargado de miseria y yo por ejemplo cogí la sarna y creo que Alvarina también; fue cosa terrible que me hizo sufrir un largo período de tiempo; para terminar fuimos al médico a Tineo (pues durante mucho tiempo y causa de la guerra no hubo médico en Gera) recuerdo que nos recomendó jabón mezclado con azufre. Terminada la guerra, la primera carta de mi padre fue para decirme que mamá estaba hospitalizada de tuberculosis y me pedía que le enviara una fotografía. Fui con mis primas a Cangas del Narcea y en la fotografía, en mis manos cuello y cara se veían todavía las secuelas de la horrible sarna, que para terminar me salieron varios forúnculos muy dolorosos. Volviendo a Manuel, debo decir que cuando cayó herido se recibió un telegrama del Ejército dando cuenta de su hospitalización y en la familia hubo una discusión interminable para decidir quien iba a verle y al final no fue nadie, ni nadie se emocionó más de la cuenta por el caso. Por aquél entonces enfermaron varios toros de la casa de alguna enfermedad contagiosa. Uno de ellos pertenecía a la comunidad de vecinos y el otro a mis tíos. Vino el veterinario de Tineo a caballo y mandó calentar y una caldera de agua, mojar una manta en ella y retorciéndola, un hombre a cada lado la aplicaron al vientre del animal. Después de varias aplicaciones el toro, que bramaba de dolor, echó sangre por el culo y se cayó para morir. El otro toro le siguió días después; y allí sí que fueron los llantos y gemidos de toda la familia. Yo comprendí que era para ellos una pérdida económica importante, pero para mí fue un contraste de observar que por un hijo herido en la guerra nadie se inmutó más de la cuenta; en cambio por una pérdida económica la reacción fue dramática. Sin embargo, dadas las reservas de la hacienda, se compraron otros toros y en paz.Adela se casó con un muchacho labrador después de mi regreso a Barcelona. Alvarina se casó con otro estando yo en Tineo ya casada con Gonzalo; al parecer ella estaba embarazada de soltera, con la mala suerte que dio a luz el día de su boda. De María, la última, no supe nada desde que nos fuimos de Tineo a Oviedo. De Amador, alguien me dijo que en el servicio militar estuvo de castigo por intentar sacar ruedas de coches para venderlas fuera del cuartel.Tengo que volver a Manuel para decir que se casó con una chica de un pueblo vecino, hija única, con tan mala suerte que ella se trastornó y la encerraron en la Cadellada de Oviedo; tuvieron un hijo varón que yo conocí cuando viví en Tineo y el niño empezaba a caminar; me pareció ser anormal, pues tenía una cabeza muy grande para su cuerpo. Todos tuvimos compasión de Manuel, que quedaba solo al frente de la hacienda de su esposa y con un niño tan pequeño.Esto es todo lo que sé de mi familia de Gera. Desde que les comuniqué la muerte de mi madre en Barcelona, la víspera de San Juan en 1939, no he vuelto a tener noticias de ellos.
Mi vida no fue una vida tranquila y sé que para ellos mi matrimonio había sido un fracaso económico, y así lo pienso yo también. De tal forma que ellos no tuvieron ningún interés en relacionarse conmigo ni yo con ellos.
Gera durante la guerra: Los primeros muertos
En el año 36 no se conocía la palabra “contaminación”; todo tenía su color y su olor natural. Ya en el tren, después de atravesar el túnel de la “Perruca” que separa León de Asturias y entrando en las montañas de la región, un hombre joven abrió la ventanilla y gritó “Ya güele a flechu” y es verdad que se apreciaba el olor característico del helecho. Recordé el olor de la tierra de patatas en flor, el de las cañas de maíz todavía verde, cómo huele la alfalfa recién cortada, los nabos, las hojas de calabazas, la hierba cuando se siega y el prado ya segado. Los hombres, sólo con el olor de un corte de madera reciente, ya saben decir qué clase de árbol se ha cortado; y antes de llegar al molino, el aire nos traía el olor de la harina del grano que se iba moliendo. Y no quiero pensar que todo eso se haya perdido.Ya en el tren, vimos indicios del ambiente político que reinaba en Asturias. Ese día venía a Oviedo Dolores Ibarruri a dar un mitin y desde León, en las pequeñas estaciones empezó a subir gente a montones sin billete; tanta gente que no creo hubiera en el tren revisores suficientes para el control. Incluso se llenaron los vagones de primera clase, pese a las protestas de los viajeros que habían pagado su billete. Al pasar por la cuenca minera, a velocidad moderada por los túneles y las curvas, veíamos a las mujeres lavando en los ríos, que respondían a los viajeros asomados a las ventanillas con el mismo grito “¡UHP!” y se levantaban con el puño en alto.Mi tío Paco y yo, desde Oviedo y en un coche de línea llegamos a Gera en la primera semana de julio ¡Qué poco imaginábamos mis padres y yo que la guerra nos iba a separar durante treinta meses!En España las fiestas eclesiásticas siempre tuvieron gran fuerza. Pasó la fiesta del Carmen sin novedad y en Gera tan solo se supo dos o tres días después del 18 que oficiales y tropas de Marruecos se habían sublevado o habían lanzado un pronunciamiento. Todos pensamos que el incidente duraría unos días y después paz; Sólo poco a poco nos fuimos dando cuenta de la importancia de la insurrección y de que entrábamos en una guerra civil. Yo no me asusté demasiado, pues ignoraba lo que podía ser una guerra, ni civil ni de otra clase. Creía que pronto volvería a tener noticias de mis padres y que sin duda podría regresar a Barcelona a finales de agosto como tenía previsto.Primero hicieron su aparición los “milicianos”, las milicias que se formaron de gente civil para venir en ayuda a la República. Venían en camionetas desde Tineo en dirección de Cangas del Narcea; se bajaron en el pueblo y casa por casa tomaban nota del número de reses, cerdos, caballos, ovejas y gallinas que había en cada hacienda, e informaron que, en caso de necesidad, todo quedaría a disposición del gobierno de la República. No se llevaron nada, pero cuando mi tía Aurora les preguntó qué pasaría si entre tanto se le moría alguna gallina, le contestaron que más valdría que se muriese ella. Unas semanas más tarde, otros milicianos visitaron los comercios y si se llevaban algo, no pagaban con dinero, sino con vales republicanos.Por suerte, Gera nunca fue línea de frente; allí no estacionaron nunca fuerzas de un bando u otro. El médico, don Pablo Gutiérrez Valentín, era natural de un pueblo de Castilla; los milicianos lo llevaron detenido a Tineo, al parecer porque en las últimas elecciones había representado a Falange, y no se le volvió a ver vivo. Recuerdo haber visto un sacerdote pasar detenido en un coche particular, vestido de sotana y sombrero sacerdotal.Esta situación duró poco pues pronto llegaron de Galicia las fuerzas del Ejército fascista por la carretera de Cangas del Narcea, camino de Tineo. Un pobre que pedía limosna por los pueblos estaba en Gera aquel día y tuvo tan mala suerte que una camioneta de soldados paró delante del comercio de Evaristo Ferreiro (“Carambolas”); pasaron a tomar algo y uno de ellos vio al pobre que llevaba en la solapa una banderita republicana. Le apalearon con saña ante la protesta de algunas mujeres, a las que respondieron alegando que “por culpa de esos hijos de p…” estaban ellos fuera de sus casas, aunque sabían que sería por poco tiempo.En Tineo, que era partido judicial, estacionaron los mandos incautándose de la casa de un señor llamado don Manuel Maldonado (que tras su refugio en Méjico fue nombrado presidente de la República en el exilio). Esa casa se convirtió desde ese momento hasta el final de la dictadura franquista como Comandancia de la Guardia Civil y dicen que allí se torturaba.Como no había periódicos, sólo por la radio de Evaristo “Carambola” nos fuimos enterando del nombre del jefe del Ejército sublevado, Franco, y de los de otros generales que le seguían. También supimos del nombre de jefes de Falange que nadie conocía, pues los pueblos alejados de las ciudades habían vivido apaciblemente, resignados en su pobreza.Por la radio “cogíamos” Radio Portugal para contrastar las noticias y como el idioma portugués tiene mucho del gallego leo comprendíamos. Pero eran emisiones favorables a Franco. Por la noche se oía a Queipo de Llano, reproduciendo soflamas pronunciadas desde Sevilla y a pesar de nuestra aversión nos hacían gracia sus chistes contra los “rojos” (durante la guerra no se podía hablar de fuerzas republicanas, sino de “rojos”).Pronto vimos pasar, sobre todo de noche, pero también de día, camionetas chorreando sangre por debajo de los toldos que cubrían cadáveres de soldados de Franco, posiblemente gallegos, procedentes del frente de Cornellana y del alto del Escampleiro donde los franquistas combatían duramente con los mineros en su avance hacia Oviedo. La vista de la sangre dejaba a la gente impresionada y triste. Eso no eran “banderas al viento”, sino la horrible realidad de la guerra.No tardamos en enterarnos de boca a oreja del comportamiento de la Guardia Civil y Falange. La cárcel de Tineo se llenó de civiles detenidos y algunos eran fusilados en las tapias del cementerio, situado en el escampado del mercado en “Fondos de Villa”. La esposa de un detenido vino rápidamente a Tineo y se alojó en casa del médico, que hacía esquina entre la plaza del Ayuntamiento y la calle Mayor, donde nosotros viviríamos más tarde; al amanecer lo sacaron con otros y los subieron en una camioneta; bajando por la calle Mayor y sabiendo él que su mujer podía oírle, gritaba “¡María…María…me van a matar!”. Y así le oyeron todos los vecinos de la calle mayor. Minutos más tarde les fusilaron a todos. Después de ese episodio parece que se los llevaban a fusilar fuera de Tineo. Esos fusilamientos masivos se produjeron en 1937 y 1938, aunque siguieron fusilando incluso después de la guerra. Lo sé porque en 1948, habiendo tenido ya mis hijos, una vecina de izquierdas me dijo en la carnicería, en voz baja, que los falangistas habían asesinado en Navelgas a toda la familia de los “Capallejas”, incluida la abuela y los nietos pequeños. Durante el resto de la guerra, todo el mundo hablaba en voz baja, a escondidas en una atmósfera de terror.Volviendo al principio de la guerra en Gera y enterándonos que toda comunicación telefónica o escrita estaba cortada para toda zona controlada por la República, nos quedamos sin saber nada de mis padres. Sólo en 1938 recibí un pliego de la Cruz Roja informándome que estaban bien y seguían en Barcelona. Grapada al pliego había una foto de carnet de mi padre luciendo en la solapa una bandera catalana. El falangista que me trajo el pliego me amenazó, diciendo que si mi padre llevaba esa bandera seguro que era de izquierdas. Yo le respondí que lo ignoraba.Y así, sin querer y a fuerza de las circunstancias, me fui haciendo a la guerra, esperando que un día pudiera regresar a Barcelona. Nadie hubiera podido imaginar entonces que la guerra duraría casi tres años.
1936-1939: La labranza
El concejo de Tineo es una comarca plenamente agrícola. Que yo recuerde, aparte de las minas de Rodical, la única industria era una tejedora de lana y de lino, no muy lejos de Gera. Tenía máquinas o telares manejadas por mujeres a quienes se les daba la lana de las ovejas que trasquilaban. Ellas la convertían en “sarga” con la que tejíamos los “carpinos”, una suerte de calcetines que cubrían los tobillos y que calzados con las madreñas eran muy calientes para los pies.Ya he dicho que la casa llamada del “Voluntario” era la de mis tíos Aurora y Paco, hermano de mi madre. Era esta casa de labranza la más importante del pueblo junto a la de “Marcial”, al otro lado del río. Aprendí a pastorear las ovejas; hubo años que casi llegaban a cien, pues otros vecinos que tenían cuatro o seis las añadían a nuestro rebaño para no verse obligados a contratar a un empleado; a cambio, mis tíos ganaban el estiércol para abono de las tierras y prados. Como los montes cercanos eran fértiles, las ovejas pastaban a saciedad, estaban gordas y parían cantidad de corderillos. Las teníamos por la lana con la que se confeccionaban los colchones, escarpines, medias, refajos, chaquetas y jerseys. Mi tía Aurora se pasaba el tiempo cardando e hilando, lavando y tejiendo la lana.Las ovejas son tranquilas; van siempre en rebaño. Si hay tormenta de truenos y relámpagos se unen todas en círculo cabezas contra cabezas en el centro, muy apretadamente, y no se mueven hasta que escampa. Su defecto es que son muy golosas de la verdura y cuando pastan cerca de tierras con trigo algo crecido y tierno, el olor las atrae y si una salta un cercado o una pared baja, las demás se precipitan tras ella a gran velocidad y es el drama del pastor, pues por mucho que se les arranque la lana a tirones, sólo a fuertes varazos y gritos consigue uno sacarlas de allí. A mí me sucedió una vez y corriendo me fui a disculpar con la dueña de la tierra, quien viendo mi azoramiento y sinceridad no se quejó a mis tíos. Yo sólo tenía un saco para cubrirme si llovía y me abrigaba contra las paredes o debajo de los árboles, por mucho que me habían advertido del peligro de los rayos. Llevaba siempre calcetines de punto hasta la rodilla, refajo de lo mismo, buenos escarpines de fieltro y madreñas de tres tacones para evitar la lluvia, la nieve y el barro del suelo. Un año hubo poca cosecha de trigo y centeno, con lo cual poco pan y mi tía Aurora no compraba pan blanco que como el café y el chocolate sólo se compraba en ocasiones excepcionales; entonces recuerdo de vecinas que tenían ovejas en nuestro rebaño y que venían al monte a traerme un bollo de pan cuando ellas lo cocían; con mis diecisiete años me hubiera comido un toro por los cuernos.Una tarde entré en casa de improviso y encontré a mi tía y dos de mis primas en su habitación comiendo pan y jamón, que se guardaba en un arca. No se disculparon aunque vi que lo comían a escondidas de mí; eso me dolió y comprendí la doblez de las gentes ignorantes.Siempre tuve miedo de las serpientes, culebras, salamandras y sapos grandes, pues una vez, subiendo el camino de la “Corcoira” hacia el monte y las tierras, en compañía de Amador y María, mi prima llevaba escondida una pequeña serpiente muerta. Iba detrás de mí y de repente, se le ocurrió echármela al cuello, pasándola por encima de mi cabeza y gritando “¡Una serpiente! ¡Una serpiente!”. Imagináis el pánico que tuve al instante creyendo que estaba viva y cuánto lloré de coraje al ver lo poco que yo representaba para ellos que se reían bien de mí.Mis tíos tenían cuatro vacas, dos toros, las ovejas y mataban dos o tres cerdos por la San Martín. Para alimentar el ganado tenían varios prados y monte, vinieran años buenos o malos de cosecha. Tres mujeres y tres hombres trabajábamos todo el año las tierras, mi tío Paco, mis primos Álvaro y Lulo, y mis primas Adela, Alvarina y yo, pues María y Amador se ocupaban de llevar las vacas y ovejas a pastar. Me salían ampollas en las manos y luego callos que guardé hasta mi regreso a Barcelona. Era una vida de esclavos de la que los hijos y las hijas sólo sacaban una dote el día en que se casaban y salían de casa, una dote que se discutía ácidamente con los padres, o mejor dicho, con los suegros de la nueva familia en vísperas de la boda, una negociación en la que los novios no tenían la palabra. De todas formas, se casaran con quien se casaran, se convertirían en dueños para proseguir una vida igual que la de sus padres, sin esperanza de otros horizontes.Siendo hija única, yo era un buen partido. Sería dueña de mi casa y el que se casara conmigo aportando su dote aumentaría el valor de la propiedad. Tal y como estaban las leyes de España, siendo el marido cabeza de familia sería tan dueño como su esposa o más. Ocurría a veces que el hombre era borracho o manirroto, jugador o gastizo, y acababa hipotecando casa y hacienda. Ese era el infortunio de las mujeres por aquel entonces. En la casa del “Voluntario” quien ganó fue mi primo Álvaro por su derecho de progenitura; después de haber dotado a sus hermanos Manuel, José, Gervasio y Amador y a sus hermanas Adela, Alvarina y María, se quedó con la propiedad y a la muerte de sus padres paco y Aurora fue dueño absoluto. En 1939, cuando se casó, tenía 31 años. Entregó la liquidación a sus hermanos y trajo a su mujer a casa. Yo me casé en 1945 y cuando me fui con Gonzalo de Tineo a Oviedo, Álvaro tenía 42 años.De Gera no me acuerdo de todo; de lo que no tiene importancia se olvida, otras cosas se quieren olvidar y se borran de la mente; al final nos queda en la memoria lo que más nos ha marcado, los sentimientos para bien o para mal.Nuestro vecino “Museto”, el molinero, tenía una hija llamada María; esbelta y de buen ver, se enamoró de un joven que trabajaba de barbero y madreñero al mismo tiempo en el pueblo. El chico venía de fuera y no tenía fortuna; tenía alquilado el local de la barbería y otro al lado donde tallaba las madreñas, comprando madera de abedul. Los padres de María no querían ni por la de tres que la chica hablara con él y cuando la pillaban cortejando le daban más palizas que se oían los gritos desde mi casa; nadie intervenía para defenderla y lo que es más, todo el mundo encontraba que los padres tenían razón. Decían: “¿Qué va a buscar ella con ese descamisado?”. El caso es que a él le tocó ir a filas por su edad; cerró su comercio y se marchó al frente. Poco tiempo después se supo que y se vio que María estaba encinta y aquello fue la mari-morena de gritos y palos. María amenazó a sus padres con que si las palizas le hacían abortar, les denunciaría. El caso es que ella pasó mejor los últimos meses del embarazo. El chico le escribía con frecuencia, dándole ánimos, y ella dio a luz a un varón; me mandó escribir al chico para darle la noticia y recibió rápidamente carta de él y de su capitán; el muchacho, loco de contento, se mostraba muy cariñoso con María diciendo que había convidado a su batallón para festejar el acontecimiento. La llegada de este niño fue un bálsamo para ella, pues al fin sus padres quisieron mucho al pequeño.(22.11.1996 Hoy Lorena cumple catorce años; le he dicho que es una niña feliz y que yo a su edad me sentía una niña desdichada).
La represión en la retaguardia
Ya he hablado anteriormente de ello, en lo que se llegaba a saber, pues no se sabía todo, ni mucho menos. Era que la Falange, los requetés y la Guardia Civil eran los órganos de la represión; el Ejército luchaba en los frentes y avanzaban; y detrás inmediatamente ocupaban el terreno los asesinos.Mis tíos eran conservadores como todos los hacendados propietarios de sus casas y tierras heredadas de sus antepasados, que como ellos lo habían conseguido poco a poco y después de una vida de trabajo agotador, viviendo pobremente inclinados sobre la tierra de la mañana a la noche, llevando al mercado un jamón, unos huevos, una mantequilla, un “celemín” de trigo o maíz, unos cerditos lechones que ellos se privaban de comer, o vender un ternero de vez en cuando para ahorrar y poder comprar una tierra o un pedazo de bosque o un prado y así aumentar el patrimonio que dejarían en herencia a sus hijos, siendo generalmente familias numerosas. Existía el derecho de primogenitura por el que el primer varón heredaba el patrimonio familiar, a condición de entregar a sus hermanos y hermanas las partes correspondientes de los bienes, para que la hacienda siguiera prosperando; un sistema injusto, pero que se admitía como razonable para que no se desmembrase la propiedad.Mi padre procedió así con sus hermanos; a la tía María le envió dinero a Matanzas por mediación de los hermanos Mayo que vivían en esa ciudad cubana y veraneaban en Tineo; por mi tía Leonor vino su hija Marina desde Madrid a por el dinero; por mi tía Rosario, como era jorobadita, mis abuelos le dejaron por testamento el derecho de uso de una habitación en la casa de Lantero, dos tierras y un prado, con derecho a recoger leña y castañas. Vivió sus últimos años en mi casa de Tineo y me decía que era dueña de entregarme sus propiedades en herencia; más de una vez me pidió que llamara al notario para hacerlo, pero yo siempre me negué por no contrariar a mi padre. Dicen que a la hora de morir algunas personas tienen una premonición; el caso es que la víspera de su muerte, mi tía me dijo que había visto en sueños a mi madre a los pies de su cama y que mi madre le decía suavemente: “Rosario ven, ven conmigo…”, pues siempre se habían llevado muy bien. A la muerte de mi tía, todos sus bienes pasaron a mi padre. Por mi tío Higinio no hubo ningún problema, pues permaneció encerrado en el manicomio hasta su muerte.Volviendo a Gera, estoy convencida que mis tíos votaban a la derecha por miedo al comunismo que les inculcaba la CEDA; aunque nunca se metían ni hablaban de política, creían que si la izquierda llegaba al poder les quitarían todo lo que poseían. Pero poco a poco se fueron conociendo los desmanes de Falange, en colaboración con la Guardia Civil y otros elementos indeseables, que actuaban como chivatos; se iba sabiendo de los cadáveres que aparecían en las cunetas y por el monte, o de alcaldes a quienes esos asesinos obligaban bajo secreto a ordenar el enterramiento de inocentes en el mismo lugar donde los fusilaban, porque los denunciaban o simplemente por ser de izquierdas. Y así es como una mañana temprano saqué las ovejas de la cuadra y las llevé a pastar al monte de “Corcoira”; había niebla como es frecuente en Asturias; subí con las ovejas por el camino y en lo alto se separaron de la senda y empezaron a pastar monte abajo, atravesando el bosque hasta la orilla del río; los animales se apresuran a comer porque tienen hambre pero sobre todo porque el pasto está fresco y pronto el sol calienta y ya no comen; se acuestan bajo los árboles y se reposan para volver a comer cuando pase el calor; fueron mis ovejas pastando y subiendo por la ladera del bosque para llegar otra vez a lo alto del mismo camino que viniendo de otros pueblos llegaba a Gera; yo el camino no lo veía porque encima de mi había matorrales. Ya estábamos casi llegando arriba cuando oí disparos muy cerca; las ovejas tuvieron un instante de dispersión pero al no oírse nada nuevo siguieron pastando y subiendo en silencio. Yo en principio no tuve miedo, sólo sorpresa. Estábamos acostumbrados a oír de vez en cuando disparos de falangistas o cazadores que tiraban a conejos salvajes o perdices. Las primeras ovejas salieron al camino y al subir yo me encontré con un grupo de tres hombres; entre ellos reconocí a uno de Falange llamado “El Rapazayu”, individuo que era conocido por sus malos hábitos, pendenciero sin fortuna y nacido en algún pueblo de por allí; detrás de ellos y en el camino ví un hombre en mangas de camisa y pantalón, pero muerto. Me desviaron las ovejas y me preguntaron quien era yo; les dije mi nombre y que mis tíos eran Paco y Aurora de la casa del Voluntario. Me dijeron de malos modos que debía guardar silencio y me amenazaron. Naturalmente, me asusté y sobre todo yo miraba al “Rapazayu” que tenía en mano un revólver de tambor, al que no dejaba de dar vueltas. Me alejaron de allí; vieron que yo guardaba el pan que cada día se da a la persona que guarda el ganado para que coma al mediodía; así que sabían que yo regresaría al pueblo al caer el día. Me quedé afónica de repente y no podía gritar a las ovejas; menos mal que ellas siguieron el mismo itinerario que de costumbre.Por la noche, cuando llegué a casa se lo conté como pude a mis tíos. Me dijeron que el alcalde de Gera ya había sido informado por los asesinos, quienes le ordenaron que fuera a buscar unos hombres para ir a enterrar a la víctima en el mismo lugar donde le habían fusilado. El muerto era un joven carpintero llamado a filas y que se escondía para no ir a la guerra; pero siguiendo a su mujer que le llevaba la comida, averiguaron el lugar donde se escondía y lo cogieron. El alcalde comentó que los falangistas le pegaron, le sacaron del camino y le arrastraron hacia abajo, detrás de los matorrales y, habiéndole echado al cuello su misma correa tiraron de él. Mis tíos me recomendaron que no dijera nada a nadie.Muchos años duraron las matanzas, pues cuando yo vivía en Tineo, ya casada, yendo a la carnicería que tenía un hermano de Obdulia la de Lantero llamado Adelino, me dijeron en voz baja que en Navelgas habían asesinado a yoda la familia de los llamados “Capalleja” y os aseguro que esa noticia creó en Tineo un clima de terror.Estando en Gera tuve la sorpresa un día de ver llegar un aldeano llamado Manuel Rodríguez, que resultó ser primo de mi padre. Venía de un pueblo llamado Tablado de Riviella, perteneciente al Concejo, pero alejado de Gera y a mayor altitud. Venía a buscarme para que pasara un tiempo con su familia; porfió con mis tíos para llevarme, pero le dijeron que ellos eran los responsables de mí, en ausencia de mis padres, y no me dejaron ir de buena gana. No me acuerdo si se fijó un tiempo o no; lo cierto es que mi tío Paco vino a caballo a buscarme a Tablado de Riviella. Este primo tenía su casa, mujer y creo recordar dos niñas y dos chicos, uno de ellos jovencito guardaba el ganado y cojeaba algo; le pregunté y me mostró una rodilla vendada con unos trapos no muy limpios; tenía una herida abierta tan fea que no se cicatrizaba; me entristecí cuando supe que sus padres le habían puesto en manos de curanderos sólo porque la aldea estaba lejos de la villa. Hoy pienso que la herida se había infectado y convertido en sarcoma.Nunca creí morir devorada por las pulgas; ellos no las sentían pero mi pobre cuerpo estaba acribillado de ronchas rojas y era para mí un suplicio irme a la cama. En cambio siempre me acordaré del pan de centeno que aunque amargo, con mantequilla por encima estaba buenísimo. Años más tarde oí decir que al hijo mayor de este primo de mi padre le había tocado ir al servicio en África y había muerto de enfermedad.