A la larga han sido nueve años de relación con esta ciudad. Nueve años durante los cuales mi madre ya dejó de preguntarme cuándo iba a volver a España porque notaba que en Lieja era feliz; nueve años de explicar a los amigos del pueblo que en Bélgica se vive bien aunque siempre me respondieran aquello de: “como en España, en ningún sitio” y las relaciones comenzaran a distanciarse; y nueve años donde aprendí que Lieja es una ciudad que se comparte, nadie se apropia de ella, es una creación de las distintas culturas y nacionalidades que le otorgan ese carácter humano tan especial y que hace que nadie sea extranjero en ella.
Durante estos nueve años el contacto con españoles, italianos o marroquíes me hizo ser consciente de que la realidad que percibí, pero que no entendí cuando aterricé en la ciudad era un producto de la llegada de inmigrantes a Bélgica. De hecho, tuve la gran suerte de encontrar trabajo en Maastricht, aunque siempre continué viviendo en Lieja, en una empresa multinacional, donde muchos de mis compañeros eran hijos de inmigrantes y compartieron conmigo sus historias contándome cómo llegaron sus padres a Bélgica o a Holanda en los años sesenta y cómo se sentían ellos frente a esa realidad. Estos compañeros se convirtieron en amigos, para suerte mía y desgracia suya; amigos de corazón generoso que revivían en mí y en mis dificultades frente a la administración las situaciones previamente vividas por sus padres al llegar a otro país donde las cosas funcionan de otra manera y el idioma es el gran enemigo.
Sin estos amigos yo no hubiera sido capaz de hacer la declaración de la renta en Holanda, de enterarme que, al vivir en Lieja, también la tenía que hacer en Bélgica, de ser consciente que tenía que pagar un impuesto por tener una televisión y una radio, de saber por qué el médico no era gratis y tenía que pagar cada vez que iba a la consulta o qué era eso de la Comuna. Y, para su desgracia, seguimos siendo amigos y tendrán que continuar ayudándome porque cuando cumpla sesenta y cinco años, se me haya olvidado lo que sé de francés o de inglés, y no sepa a quién le tengo que pedir mi pensión por los años trabajados en Holanda, sé que ellos seguirán ayudándome porque su corazón generoso así se lo dictará.
Al final, en diciembre de 2010, nueve años después, decidí volver a España porque quería seguir estudiando y cambiar mi planteamiento de vida. Sin embargo, esa ciudad que engancha y esos amigos, de corazón generoso, seguían presentes dentro de mí cada vez con más fuerza y me sentía casi obligada a hacer algo que terminara uniendo mi vida en Lieja con mi vida en España. De este modo surgió la idea de hacer el Doctorado sobre la emigración española a Bélgica y de repente, un día, buscando información sobre el tema apareció en la pantalla de mi ordenador la página web de Generación Lorca.
La página web no sólo me pareció bonita y emocionante, sino que concordaba con mis deseos de homenajear a todos aquellos que un día tuvieron que dejar su casa para empezar de cero en un lugar hostil y de reconocer a personas como mis amigos, los generosos de corazón, que representan una realidad que, en mi opinión, se desconoce en España, como la desconocía yo antes de que Lieja se cruzara en mi camino.
Y no sólo la página web supuso un gran hallazgo para mí, sino que, en este “rasca y gana” que es la vida, me tocó ganar de nuevo, como con la beca, porque el azar quiso que Manolo Rodríguez, uno de los impulsores del proyecto, y yo, seamos del mismo pueblo: Mocejón (Toledo) y eso sí que es una lotería porque de un pueblo de cinco mil habitantes de La Mancha no hubo muchos valientes que salieran fuera de España a buscarse la vida. He de confesar que cuando lo descubrí me emocioné muchísimo y me animé a ponerme en contacto con Generación Lorca a través del correo electrónico.
Tras intercambiarnos unos cuantos correos llenos de emoción por las coincidencias de la vida, hace unas semanas decidí que tenía que volver a Lieja. Necesitaba reencontrarme con mis amigos y con la ciudad después de casi dos años de ausencia y el hecho de que el colectivo Generación Lorca presentara su proyecto al calor de Les Coteaux de la Citadelle me pareció una buena oportunidad para conocernos y me hizo decidirme a comprar el billete de avión.
Así fue como el miércoles 3 de octubre, alrededor del mejor pincho de tortilla de la ciudad, en Chez Sam, y tras el envío previo de una foto para poder reconocernos, me encontré con Manolo Rodríguez, José Merino y Mario Lada: “los tres mosqueteros”. La verdad es que no sabría como describir el encuentro, creo que empezamos por contarnos la vida unos a otros, después me informaron sobre la gestación y evolución del proyecto y continuamos hablando de los inmigrantes, de las distintas generaciones, de la cuestión de la identidad, de tantos temas interesantes que están relacionados con la emigración, con España y con Bélgica. A nivel personal considero mi encuentro con Manolo, José y Mario como un reencuentro, un reencuentro con amigos, de los de corazón generoso, aquéllos a los que echo de menos y que no encuentro en España porque creo que compartimos experiencias, visiones similares ante la vida y respondemos de manera solidaria porque eso es lo que nos ha enseñado a hacer la experiencia de la emigración y la ciudad de Lieja.
Se trata de una generosidad y una solidaridad compartida por quienes han vivido experiencias similares. La emigración es una de estas experiencias que te hace compartir, ayudar, estar ahí para esos compañeros que son más que amigos, que son tu familia aunque no existan lazos de consanguineidad. Esta es la humanidad que transmiten quienes han vivido la emigración, personas como Manolo, José, Mario o el resto de mis amigos de Lieja y es lo que hace que los encuentros parezcan reencuentros y que uno nunca quiera apartarse de Lieja.
Esta es la humanidad que destila el proyecto que lleva entre manos Generación Lorca, el encuentro o el reencuentro con el hombre y esto es posible gracias a Lieja, una tierra de acogida, que da forma a toda la humanidad que trajeron todos y cada uno de los inmigrantes.
Lieja, para mí una ciudad de ida y vuelta, que me atrapó, que me reengancha que me presenta experiencias tan emocionantes como la colaboración con el colectivo Generación Lorca y que provoca en mí el encuentro de sentimientos por la nostalgia del pasado y la apertura del futuro.
Ana Ponce Nieto 2012