¡Por la mañana temprano aquello ya era un zafarrancho de combate! El avituallamiento era cosa de mujeres (cincuenta años después todavía me pregunto por qué nosotras, las mujeres, seguimos queriendo encargarnos de los bocadillos a cualquier precio).
 
La noche antes de la excursión mi madre había preparado las fiambreras (todavía no conocíamos los Tuperware) con: una tortilla de patata, huevos duros, ensaladilla rusa, empanadillas, macedonia, algunos bocadillos, cerveza “piedbœuf” (marca de una cerveza muy conocida en la región de Lieja) (todavía recuerdo esa deliciosa cerveza negra y dulce) y agua de Spa (agua mineral con gas).
Mi padre, por su parte, se encargaba de llevar las bolsas y de movilizar a la tropa hacia la estación de autobuses del centro. Durante los primeros años de la emigración era raro que una familia tuviera coche, por consiguiente, nosotros íbamos en transporte público. Así, las excursiones tenían un aire de aventura y de carrera de obstáculos, tanto para los mayores como para los pequeños.
 
Teníamos que tomar dos autobuses para llegar a Tilff y después caminar un poco hasta el borde del río…En principio no debían presentarse problemas de organización, pero la emoción de los niños terminaba por exasperar a los adultos.
 
La perspectiva de zambullirnos con nuestros flotadores (en realidad se trataba de cámaras de aire que inflaban nuestros padres con bombines de bicicleta) nos volvía insoportables y, si a esto, le añadimos el placer de jugar en el campo y hacer un picnic entre amigos, el coctel ya estaba preparado.
 
Sí, pero, ¿y qué hay que decir del caprichoso tiempo belga en toda esta historia?
Una de cada dos veces nuestra excursión era perturbada por inoportunas lluvias fuertes que duraban todo el día, así pues, teníamos que darnos media vuelta al final de la mañana echando pestes contra las adversidades del clima belga…
Las mantas servían de abrigo a los despistados que habían tenido la desgracia de olvidar el paraguas y la vuelta al autobús parecía más bien un vía crucis.
 
El contenido de las fiambreras nos los comeríamos una vez en casa, con un humor sombrío; la tortilla no sabía igual, las empanadillas y la ensaladilla rusa, tan apreciadas por los chavales, se quedaban en el plato. La decepción de esta jornada echada a perder pesaría mucho sobre todo el mundo. Pero, de vez en cuando, el clima firmaba un armisticio durante nuestras excursiones y el picnic parecía más bien una feria.  El río Ourthe estaba salpicado de cámaras de aire como si se tratara de grandes Donuts de chocolate y el sol calentaba nuestros futuros recuerdos.
 
El lunes tocaba la vuelta a la mina para mi padre y a la FN (Fábrica Nacional de armas de guerra) para mi madre. En cuanto a mí, soñaba, sentada en mi pupitre, con los chapoteos en el agua porque tenía prisa por correr hacia el mar…Y ya estaba pensando en la próxima excursión que mi padre nos había prometido para el mes siguiente: ¡Ostende!, pero eso es otra historia.
 
Georgina Muñoz Gil
Febrero 2010
Nos vamos a Tilff
Una pequeña vuelta atrás en el tiempo y henos aquí en los años 60. Se trata de un domingo cualquiera de primavera o verano en el que mis padres decidieron ir a Tilff con un grupo de familias españolas.
 
Tilff era ya un lugar de veraneo muy frecuentado por los domingueros. Se trata de un pueblo bonito que está a unos cuantos kilómetros al sur de Lieja, en el valle del río Ourthe, a donde nos gustaba ir de picnic cerca del
VidalaGeorgina Muñoz Gil, en 1970, delante del Club García Lorca de la calle Saint Léonard.
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