Para nuestros padres se convertía en un deber llevarnos e inculcarnos las miríadas de valores que nos acompañarían durante toda nuestra vida.
Así pues, si a día de hoy todavía participamos en actos un poco por toda España o en Bélgica, no es simplemente porque creamos que reivindicar la República en España es un derecho, o más bien incluso un deber para algunos, sino también porque, al mismo tiempo, rendimos homenaje a nuestros padres y abuelos.
SALUD Y VIVA LA TERCERA REPÚBLICA.
Georgina Muñoz Gil
Febrero 2010
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La historia de la Segunda República española, nacida en 1931, no puede resumirse en el trágico episodio de la Guerra Civil. A pesar de la oposición de los sectores más conservadores de la sociedad, los dirigentes republicanos quisieron promover otra visión de España, liberada de todos sus arcaísmos, y se esforzaron por enraizar unos nuevos ideales en la conciencia popular.
Así pues, se dio una nueva orientación a la política exterior del país, hasta ese momento incapaz de defender una línea de actuación verdaderamente independiente de las grandes potencias.
La República se dotó de una Constitución decididamente moderna que integrara en ella los preceptos de la Sociedad de Naciones.
Mientras contaba con un prestigio considerable fuera de sus fronteras y con un deseo de jugar un papel activo a favor de la paz mundial, la República tuvo que confrontarse, de manera intensa y directa, con las grandes cuestiones internacionales en un contexto de tensión y crisis marcado por la agresión japonesa en Manchuria y la invasión de Etiopía por las tropas italianas.
El pacifismo y el humanismo de la República española se dieron de bruces con los intereses egoístas de las grandes potencias europeas, mientras que su legitimidad era contestada por las fuerzas más reaccionarias de “la antigua España”, como los terratenientes y la Iglesia.
Su generoso compromiso en favor de la paz internacional no le valió de nada a la hora de hacer valer su legítimo derecho a defenderse contra la agresión de las tropas franquistas, ayudadas por la Alemania nazi y la Italia fascista.
En nombre de la no intervención, las grandes democracias, especialmente Inglaterra, cerraron los ojos ante las acciones de las potencias del Eje, mientras que la Francia de León Blum otorgaba una discreta ayuda militar a la República y permitía el paso de las Brigadas Internaciones por sus fronteras.
La aniquilación de la República española, con su multitud de dramas como el bombardeo de Guernica por la aviación alemana, marcó el fracaso colectivo del ideal democrático nacido en los años treinta.
La conclusión de la Guerra Civil significó no sólo el final de las esperanzas nacidas de la Sociedad de Naciones, sino el anuncio de nuevos enfrentamientos por el dominio del mundo. (Ref: Jean François Beldah)