Espero no equivocarme al decir que los equipos llevaban el nombre del grupo en el que militábamos en el seno de la UJCE (Unión de Juventudes Comunistas Españolas).
Me nombraron responsable del grupo Mariana Pineda del barrio
del Norte para comprar una tortuga barata en el mercado de los domingos. Un bautizo civil le concedió el nombre de Micaela y yo misma me ocupé de disfrazarla para la ocasión pegándole flores de papel pinocho en la espalda (las normas del reglamento indicaban que había que personalizar el bicho para poder reconocerlo en caso de sprint).
Sábado por la tarde, en el club: decenas de hinchas vinieron para presenciar la carrera más insólita jamás vista en el club García Lorca.
Angustia de la manager de la tortuga (yo) y de los patrocinadores del Mariana Pineda: los adversarios de Micaela eran mucho más grandes que ella y sus zancadas les llevarían directos a la victoria. Si hubieran encontrado una tortuga gigante de las Galápagos seguro que la habrían comprado para asegurarse una victoria fácil. Cuando vimos la colosal tortuga de Cristo…con la hoz y el martillo dibujados en rojo en la espalda del animal nos dijimos: “¡vamos listos! ¡Nunca podremos vencerla!”. Pensé que mis florecillas eran horteras, que el ridículo mataría a mi tontorrona y que mi equipo estaría enfadado conmigo al menos durante algunas reuniones.
La tortuga Micaela había pasado el día anterior con un régimen estricto porque tenía la firme intención de hacerla correr mostrándole una hoja de lechuga delante de la nariz.
La carrera comenzó, ¿habéis visto alguna vez un circo romano gritando hasta desgañitarse?, pues así estaba el ambiente en la sala…” ¡Vamos hijita!, ¡pero corre tontorrona! ¡La madre que te parió, como no ganes hago una sopa contigo!” Y me quedo corta. Micaela, hambrienta, olía la lechuga que la llevaba directa a la línea de meta. La tortuga de Cristo se puso a la cabeza del pelotón y cuando estaba a punto de llegar al final nos dimos cuenta de que era demasiado grande para traspasar la línea de meta. ¡Casi la mitad del cuerpo le impedía ganar!
Dando tumbos, Micaela atravesó la línea de meta entre vítores. Una victoria sorprendente que me valió el primer premio: un libro escrito en español de una editorial rusa, Caserío en la estepa, que todavía conservo. En lo que respecta a Micaela, terminó sus días en nuestro jardín.
En cuanto al recuerdo, vuelve de vez en cuando a mi memoria sin prisas y con sus flores de papel pinocho. La banalidad de una anécdota tiene la maravillosa virtud de transportarnos a la adolescencia y me encanta.
Georgina Muñoz Gil
Febrero de 2010
La fabulosa carrera de la Tortuga Micaela
La sección de jóvenes del Club García Lorca hacía gala de una imaginación portentosa cuando se trataba de organizar fiestas. Entre 1968 y 1973 tuve la ocasión de colaborar activamente en calidad de secretaria.
Un día, el comité de actividades decidió organizar una carrera de tortugas en la sede del club de la calle Saint Léonard. Así pues, se redactó un pequeño reglamento con las normas y se compraron los premios para los tres primeros.
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