Una cosa está clara, la emoción de la perspectiva del viaje a Bruselas debía ser desmesurada y con razón.
El hecho de vivir en Bélgica no nos libraba de ninguna manera de una vigilancia paterna que se extendía un poco por todas partes. Los padres cuidaban de sus propios hijos y de los hijos de los demás también. Las cuatro paredes de los diversos Clubs García Lorca eran demasiado estrechas para liberarse del ojo de “cotillas y censores”….aunque la astucia de los jóvenes a menudo engañó a las miradas indiscretas, pero eso es el tema de otra historia.
Después de decir esto se comprende que la oportunidad de perderse en el anonimato de una sala enorme donde cientos de personas bailaban de un lado a otro fuera, como mínimo, demasiado tentadora. Además, la asistencia a las fiestas de Bruselas nos daba una especie de carta blanca en lo concerniente a la hora de volver a casa. El toque de queda no sonaba a las 22h sino al amanecer del día siguiente… ¡qué felicidad! Pero aunque nuestros padres no vinieran habían tomado la precaución previamente de buscarnos una carabina. En mi caso siempre era doble (los hermanos Lemos que no me dejaban ni a sol ni a sombra). El hecho de ser hija única no me garantizaba la ausencia de vigilancia por parte de los hermanos mayores “adoptivos”.
Normalmente nuestras excursiones se hacían en autobús. Sin duda, alguno sacó su “cancionero de la juventud” y el concierto de voces púberes, o no, martilleó durante todo el camino al conductor, que, sin duda, debió jurar interiormente que nunca pondría los pies en la península ibérica si todos los españoles eran como nosotros. Hechos un manojo de nervios, los más jóvenes sólo pensaban en divertirse y en escuchar vagamente las intervenciones de los delegados que seguramente tomarían la palabra durante la fiesta. En lo que respecta a este tema hay una amnesia total que probablemente decepcionará a los camaradas que concienzudamente habían preparado su discurso. Pero regresemos al lugar del festival.
La Madeleine tenía una entreplanta, que dominaba toda la sala, a la que se accedía por cuatro escaleras laterales (Qué angustia, a ver si la estoy confundiendo con la Torre Martini) ¡Qué más da!, he decidido que había una entreplanta y basta, se queda. La importancia del detalle radica en las anécdotas que me dan vueltas en la cabeza. Juegos inocentes entre adolescentes que juegan a dejar plantados a desconocidos durante el baile… y mirar a sus víctimas desde lo alto de la entreplanta en cuestión. Un vago recuerdo de una chica que rozó el coma etílico, risas, rock and roll, canciones lentas, pasodobles, bebidas, bocadillos, etc. En resumen, no cabe duda de que me lo pasé bomba durante la fiesta y los demás también. La vuelta al amanecer, muerta de cansancio, embriagada por el salvoconducto de una noche en la capital…y me pregunto por qué la melodía de los belgas “Wallace Collection” cantando Day dream resuena en mi cabeza si ningún guapo tenebroso está asociado con el festival (los hermanos Lemos me lo hubieran impedido) Daydream, I sing with you amid the flowers for a couple of hours, singing all of the day, na na na na na na na na na na...
Georgina Muñoz Gil
Febrero de 2010
(1) (Sin duda se trata de un eufemismo necesario de la época, en realidad, eran las JUVENTUDES COMUNISTAS ESPAÑOLAS).
El primer festival de la juventud democrática española
Se trata de un cóctel explosivo que desafía los meandros de mi memoria.
Entre las fiestas de “Información Española” y las de “El Emigrante” debo confesar que el primer festival de la juventud democrática española tiene tintes de foto amarillenta y desenfocada. Como no existe a mi alcance ninguna perspectiva de someterme a una sesión de hipnosis en el diván de un imitador del doctor Sigmund Freud, confío en que las teclas del ordenador sabrán, sin lugar a dudas, narrar el evento, aún a riesgo de convertirse apenas en un relato apócrifo.
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