Sin embargo, estoy segura de que el ambiente de la sala impregnó los fragmentos que me quedan de la escena: hombres y mujeres que cerraban los ojos para empaparse mejor de las palabras del orador, pañuelos que, de manera furtiva, secaban lágrimas, y suspiros, cientos de suspiros que proclamaban de lejos la emoción del momento. Sin lugar a dudas, una niña es capaz de percibir estos momentos. Ver a sus padres llorar sin motivo aparente termina por sembrar la duda en su cabeza y una pregunta golpea su alma: ¿POR QUÉ?
Del discurso de Marcos Ana sólo recuerdo claramente una historia y un nombre: ANA FAUCHA. Todavía, a día de hoy, soy incapaz de recordarla sin que se me forme un nudo en la garganta y no puedo contar su historia en voz alta sin que me entren las ganas de llorar.
Ana Faucha es el símbolo de todas las madres de los vencidos. Mujeres atormentadas por el dolor de la más innoble de las injusticias: ver a uno de sus hijos en prisión o fusilado por el simple hecho de querer un mundo mejor.
La cinta con la grabación ha desaparecido y poco importa la causa. La esencia del mensaje está viva y Marcos Ana que, a sus 90 años, continúa surcando “todos los mares de la tierra”, atraviesa fronteras y conserva todavía una voz bien clara e incisiva. Si ya no habla de Ana Faucha a las jóvenes generaciones, les habla de futuro, pero sin omitir los ideales por los que nuestros mayores lucharon y que todavía son tan nobles y actuales. Un mensaje que todavía y siempre va directo al corazón de la niña y de la adulta.
Georgina Muñoz Gil
Febrero de 2010
La mayoría de los actos políticos o culturales a los que asistía tenían una aureola particular por el hecho de romper con la monotonía de la cotidianeidad familiar.
El día que mi padre preparaba cuidadosamente su grabadora significaba que era “algo importante”, había un qué sé yo de protocolo religioso en esos preparativos. Vuelvo a ver una gran sala con los sillones de terciopelo, un estrado con una mesa enorme y algunas personas sentadas con aire ceremonial. A la derecha había un hombre, de pie, delante de un atril.
Me es imposible no solapar el hombre y la voz que tantas veces he escuchado con posterioridad, gracias a las grabaciones de mi padre.
La visita de Marcos Ana a lieja 1962
Las imágenes parpadean en mi cabeza a la velocidad de anuncios publicitarios. Secuencias diabólicas por su rapidez que apenas dejan tiempo al diorama para echar el ancla en el recuerdo.
¿Con ocho años se puede ser consciente o valorar la amplitud del mensaje lanzado por un hombre de perfecta dicción sobre un estrado?
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