El Comisario de policía ARCE de Mieres y el Inspector de policía de Oviedo y Jefe de la Brigada Político Social en Asturias, RAMOS TEJEDOR, citados por los testimonios, fueron los autores del arresto, golpes y encarcelamiento de mi padre en la cárcel Modelo de Oviedo en la primavera de 1.960). Los siguientes relatos de los mineros, o de personas que fueron testigos de los acontecimientos, dan idea de la brutalidad de la represión desencadenada en Asturias contra los huelguistas.
Contaba un minero de Sama:
Las fuerzas represivas andan desatadas. Verifican detenciones en todos los pueblos de la zona. Primero comenzaron por los mineros jóvenes pensando, quizá, que eran ellos el alma de la huelga. Se los llevaban individualmente a altas horas de la noche, los apaleaban brutalmente para que dijeran quiénes eran los que dirigían la huelga. Dos o tres días más tarde los ponían en libertad. Últimamente han comenzado a detener también a mineros viejos, igualmente de noche, que, en numerosos casos, son apaleados lo mismo que los jóvenes. A algunos aún no los han soltado.
De otro huelguista del Fondón:
El día 29 de agosto se llevaron a diez compañeros de la mina. Después de darles una fenomenal paliza, les dijeron: El lunes a trabajar; si no, aquí volveréis de nuevo. Esto lo han hecho ya con muchos. En Lláscaras han hecho otro tanto. Todos los huelguistas tememos y esperamos que nos llegue el turno. A algunos les han desfigurado; hay quien se resentirá mucho tiempo de los golpes, y puede ser que toda la vida.
De un minero de La Camocha:
El 10 de septiembre se han llevado a unos cuantos. Los condujeron a comisaría y les golpearon bárbaramente, hasta el punto de dejar a tres de ellos malheridos. De otro minero de Lada: La policía se lleva en coche a los mineros que están en huelga. Los golpea en medio de la carretera y allí los deja abandonados. A seis jóvenes de La Revenga de los que han ido a buscar, les han pegado tanto que algunos están en cama sin poder moverse.
De un huelguista de Carbayín:
En los cuarteles y comisarías se maltrata salvajemente. En todas las minas se usan métodos de crueldad para intimidarnos. Dan palizas brutales y después dejan a los apaleados en la calle para que los demás huelguistas comprobemos en ellos lo que nos espera si no nos reincorporamos al trabajo. Este espectáculo inhumano puede verse todos los días al amanecer en la zona de la huelga.
De este modo el régimen había restablecido la normalidad.
La noticia de que en Asturias se apaleaba y torturaba, corrió por todas partes causando indignación profunda. Todo el mundo lo comentó y lo condenó. Corrían de boca en boca los nombres de los torturadores y se hablaba de sus vituperables hazañas. Se conocían también los nombres de las víctimas y los escarnios a que habían sido sometidas. De la zona minera las noticias trascendieron a Madrid, a toda España, al mundo...
Ya a finales de julio se produjo la detención de un grupo de huelguistas de la cuenca del Caudal. Fueron acusados de incitación a la huelga y de ser comunistas. Los apalearon para que dijeran quiénes eran los que dirigían la huelga. Uno de los detenidos, Antonio Paredes, minero de Nueva Montaña, intentó suicidarse en los locales de la policía, llevado a la desesperación por las torturas que sufrió en el curso de los interrogatorios. Otro de los detenidos de este grupo, un minero silicoso de tercer grado llamado César Fernández, quedó en tal estado después de las torturas que era difícil reconocerlo.
En este período, en Mieres, los sicarios del comisario de policía, el siniestro Ramos, penetraron pistola en mano en un bar sito frente al antiguo cuartel de la Guardia Civil sacando a los huelguistas que allí estaban y sometiéndolos a malos tratos y vejaciones. Posteriormente, estos actos se repitieron en muchísimos casos, particularmente en la cuenca del Nalón donde la resistencia de los mineros fue particularmente tenaz.
En el valle de Langreo, todo el mundo hablaba de lo sucedido al minero José García Valles, corrientemente conocido por El Gallego, picador de Llóscaras, domiciliado en el Pontién de Sama. A él y a José Lada, vecino de la Nueva, porteador de Minas Escobio, se los llevaron una noche e hicieron con ellos odiosas salvajadas. Antes de torturarlos les llevaron descalzos por lo alto de la Juécara haciendo un simulacro de fusilamiento. Cuando pararon delante de la iglesia les hicieron arrodillarse y les preguntaron si querían confesar, y luego dispararon a ras del suelo. Después se los llevaron. Cuando salieron de manos de los torturadores estaban en tan grave estado que tardaron mucho en restablecerse.
A José García Valles le rompieron el puente de la nariz y los tímpanos. Le apalearon de tal modo que orinaba sangre. Esta hazaña fue obra del capitán Caro, del cabo Pérez y de su compinche El Sevilla.
Pérez y El Sevilla, acompañados por otros esbirros, llegaron el 24 de agosto hacia las dos de la mañana a casa de López, un minero de Lada. López y un familiar suyo que se encontraba en la casa fueron conducidos al cuartel de la Guardia Civil de las Tejeras, cerca de Sama. Allí los apalearon hasta que se cansaron, para que declararan dónde estaba el dinero que se recolectaba para ayudar a los huelguistas.
Un familiar de un minero refirió lo siguiente: Le despojaron de todas sus prendas y empezaron a golpearle con un tolete envuelto en un trapo (para que no dejase señales en el cuerpo). Cuando se cansaron de pegarle, la emprendieron con otros dos detenidos. Cuando de nuevo volvieron con él, la cosa fue aún más terrible. No dejaron parte de su cuerpo sin golpear y le dieron de patadas en sus partes. Así estuvieron tres días hasta que le echaron a la calle, inútil para toda su vida. Un mes después, aún tiene el rostro deformado, está medio sordo y ve muy poco. No ha vuelto a ser el hombre que era.
Los sucesos de la Calle Dorado
A finales de agosto muchos huelguistas fueron llamados a presentarse a la Inspección Municipal de Sama, en la calle Dorado. Llamaron a un antiguo vigilante del Fondón, llamado Alfonso Braña, que prestaba sus servicios como cobrador en la compañía de Seguros La Previsora Bilbaína. Con él debía presentarse su esposa, Anita, madre de dos niñas, la menor de cuatro años. También fue llamado Antonio Zapico, un minero que padecía silicosis en grado bastante avanzado, y la esposa de otro minero del Fondón, Víctor Bayón, entonces preso en el penal de Cáceres por su participación en anteriores huelgas mineras. Esta mujer, Constantina Pérez, conocida familiarmente por Tina, vivía con su hija en el barrio de la Juécara de Sama.
Hubo quien al pasar por delante de este edificio de la Inspección Municipal de Policía, oyó gritos de las personas a las que se torturaba. La gente hablaba con tanto horror como indignación de lo que allí, en el primer piso, se hacía con los detenidos en el curso de los interrogatorios.
Cuando Alfonso Braña y su esposa, Antonio Zapico, a quien llamaban Tonín, y Constantina Pérez llegaron a la Inspección, lo primero que hizo el capitán de la Guardia Civil, Caro Leiva, fue arrojar un casco de bomba sobre la cabeza de Alfonso Braña. Aunque a consecuencia del golpe, Alfonso quedó casi inconsciente, fue fuertemente amarrado por el cabo Pérez. Y entonces, los dos verdugos la emprendieron a golpes, hasta que el cansancio les rindió, contra un hombre maniatado y desmayado. Cuando Alfonso Braña salió de las garras de sus torturadores su cara era algo deforme, y su cuerpo estaba totalmente magullado. Antes de salir, el capitán Caro le cortó el pelo con una cuchilla en varias direcciones; en unos lados le dejó enormes calvas y en otros mechones de pelo, lo que daba a la cabeza y al rostro de este minero un aspecto horrible.
Cuando le tocó el turno a Tonín, lo que hicieron con él es sólo concebible en hombres que de seres humanos lo han perdido todo.
Antonio Zapico, que había pasado anteriormente por otros interrogatorios y por las cárceles franquistas, contrajo entonces una afección tuberculosa. Al ser violentado, le sobrevino un vómito de sangre. Para contenerlo, el capitán Caro le daba rodillazos en el rostro hasta que Antonio Zapico perdió el conocimiento. Mientras se torturaba a estos dos hombres, las mujeres quedaron fuera, en otra habitación para ser interrogadas. Al oir cómo maltrataban a su marido y al otro minero, Anita empezó a gritar, a protestar, lo mismo que Constantina Pérez. Ciegas de indignación golpeaban la puerta del cuarto donde torturaban a los detenidos.